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América fue pensada libre, justa, extensa

viernes, marzo 25, 2005

Helena Pimenta, acercamiento a la tempestad

Helena Pimenta
“Ahora en el teatro veo entusiasmo, ganas y calidad”


Está considerada como una de las mejores “servidoras” de Shakespeare en nuestro idioma, así que se ha atrevido con uno de sus títulos menos frecuentados: La Tempestad, que presenta los días 23 y 24 de septiembre en el Festival de Teatro de Palencia. Además, Helena Pimenta será también uno de los apoyos del nuevo director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.


La Tempestad es el cuarto montaje de Shakespeare que Helena Pimenta dirige con su compañía Ur Teatro (Sueño de una noche de verano, Romeo y Julieta y Trabajos de amor perdidos), pero son más de media docena los que ha hecho a lo largo de su carrera (Xespir, que incluía cuatro obras, y La comedia de los errores, para el Teatro Nacional de Cataluña). Instalada en Madrid desde hace dos años procedente del País Vasco, la directora ha recibido en este tiempo encargos (Luces de bohemia, Sonámbulos...) que le han servido para internarse en otros territorios dramáticos y asentar a su compañía; pero recuerda que Shakespeare es la marca de Ur, a pesar de lo arriesgado que es para una productora independiente levantar espectáculos con elencos numerosos (como dato, ésta tiene once actores, entre los que figuran Ramón Barea, Alex Angulo, Pepe Viyuela, Vicente Díez, Jacobo Dicenta...): “Shakespeare es nuestro punto fuerte”, dice Pimenta, “hemos aprendido el oficio y la compañía tiene un mercado más o menos asentado. Pero nuestro objetivo es lo artístico, por lo que nuestro apoyo está en nuestro lenguaje y en lo que nos apasiona. Por otro lado, hemos trabajado, tanto en la compañía como en otras estructuras, con actores con los que ya tenemos un lenguaje común. Así que ¿quién mejor que nosotros va a poder hacer a Shakespeare? Es nuestra vocación. No se trata de hacer dinero, sino de alcanzar un nivel digno artístico y laboral”.

–¿Cómo explica la gran afluencia de obras de Shakespeare durante esta temporada (Macbeth, Hamlet...)?
–En varios casos, por lo que he leído, eran cuentas pendientes con el autor desde hace años. Pero creo que está empezando a surgir un deseo de equilibrar el mercado con productos de calidad. Ahora hay un nivel de actores, de escenógrafos, de iluminadores, muy bueno y toca ponerlo en juego en trabajos de calidad, de forma que les merezca la pena como reto personal y profesional. Creo que hay mucho entusiasmo, ganas y calidad. Yo, al menos, tengo mucha ilusión.

–Y el espectador ¿está también preparado para asimilar este tipo de obras?
–Sí, pero también es esa nuestra responsabilidad: provocar esta aceptación, yo al menos así lo vivo porque creo que estar en el teatro es un privilegio, una oportunidad única. Ahora hay un nivel cultural en España importante, y si el espectador ve un buen trabajo, hecho con rigor, lo va a entender perfectamente. ¿Por qué vamos a dar por hecho que el público no va a entender los textos más difíciles?

Obra de madurez
–¿Por qué La Tempestad? Ha sido poco frecuentada, creo que la versión más reciente la hizo Bieito.
–Yo no la he visto nunca. Después de Sueño de una noche de verano, en 1992, me planteé hacerla, quizá porque ambas son muy fantásticas. Pero, afortunadamente, me di cuenta de que no estaba preparada para entenderla. Mi energía era más juvenil y una obra como La Tempestad es la reflexión de toda una vida, requiere aprender ciertos aspectos de la madurez del ser humano. Ahora han pasado doce años y creo que he aprendido cosas que entonces no sabía. Y luego, es un reto.

–¿En qué sentido?
–Primero, porque como ha dicho, no es una obra frecuentada, es difícil de montar; luego, tiene aspectos de la temática que los encontraba muy asociados al mundo de hoy: el tema de la apariencia y la realidad que está en la obra desde el principio es un asunto muy de nuestros días en los que nos reconocemos más en lo virtual que en lo real. Por otro lado, cuando Shakespeare la escribió se planteaba ya la destrucción de la Naturaleza, incluso de la humana, también un tema muy actual. Por último, me dejó fascinada la teatralidad del texto: en una isla concentra un complot para usurpar el poder, las actuaciones grotescas de los tres cómicos, lo lírico de Romeo y Julieta, lo mitológico... Es una visión de síntesis muy brutal, cómo entra y sale en cada uno de estos asuntos. Es la obra más sorprendente de Shakespeare.

–Cuando habla de la destrucción de la Naturaleza, ¿lo dice desde un punto de vista ecologista?
–No. Lo que digo es que hoy la búsqueda de la felicidad se hace cada vez más antinatural, tenemos la tendencia a deshumanizarlo todo, a ambicionar una felicidad abstracta, a no entender los sentimientos más humanos, de forma que nos creemos más la realidad virtual de lo que deseamos ser que la que vivimos.

–¿Y no le parece sorprendente la idea del mal que tiene Shakespeare? ¿No cree que distorsiona con la que hoy se tiene en nuestra sociedad? Él viene a decirnos que el mal existe en la naturaleza humana, no tiene una explicación sociológica como hoy le damos.
–Sí, ha sido también un descubrimiento para mi. Yo creo que le damos explicaciones sociológicas, psicologistas o siempre hay algo, una razón educativa, que lo explique. Pero ahí tenemos a Calibán.

La encarnación del Mal
–Calibán es la encarnación del mal, un personaje hijo de una bruja, “un diablo por su nacimiento, sobre cuya naturaleza nada puede obrar la educación”, dice Próspero.
–Si, nos cuesta aceptar la existencia del mal como parte de nuestra naturaleza. Frente a ese ideal del buen salvaje, creo que es aceptar mucho de las limitaciones humanas. Y este aspecto no lo entendía cuando hice Sueño de una noche... mi visión del mundo era más ingenua, por carácter, por edad, y de repente hay que aceptar que no te quiere todo el mundo. El mal existe y es una justificación vanidosa de nuestro tiempo decir lo contrario. ¡Estamos tentados a vernos tan buenos que nos cuesta creer que tenemos sentimientos oscuros!.

–Pero la receta de Shakespeare, al menos en esta obra, es perdonar.
– Se ha venido haciendo una interpretación cristiana de la obra. Nosotros hacemos una interpretación moral, pero la gran pregunra de esta obra es cómo la cierras: a Próspero lo han encerrado en la isla y acaba perdonando a los que lo hicieron. Pero le cuesta perdonar, da gritos de dolor cuando tiene que hacerlo. Toda la obra gira en torno al perdón de Próspero.

–Próspero es un gran personaje: nigromante al que usurpan su ducado por estar siempre enfrascado en sus libros. ¿Cómo es el Próspero que interpreta Barea?
–Shakespeare era conocedor del mundo mágico y en aquel momento había un debate entre la ciencia y la magia que él gustaba de parodiar. Este Próspero tiene que ver con este debate. De una forma muy estilizada hemos situado la obra en el siglo XX; no nos interesaba tanto presentar un mago como una persona que se cree poseedor de la verdad, e incluso un poco inmortal, pues cree que la verdad la va a descubrir estudiando. Él pretende ser conciencia de nosotros y lo que le ocurre es que acaba recuperando su propia conciencia. Su sentido de la libertad pasa por aceptar lo que somos: limitados, con sentimientos oscurísimos... Y, en ese sentido, es una obra que habla de la libertad.

–Usted va a ser una de las personas en las que se va a apoyar el nuevo director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Eduardo Vasco. ¿Qué le ha encargado?
–Todavía no puedo adelantar nada porque estoy en conversaciones para hacer un espectáculo que se estrenaría en enero del próximo año. Estamos pensando en una obra rara, casi de disidencia para la época. Uno de los objetivos de Vasco es que la Compañía rescate textos nuevos que el público desconoce.

–Y ¿después?
–Un ambicioso proyecto de volver a Shakespeare para montar Coriolano, en Salamanca, la ciudad en la que nací. En el 2005 se celebran los 250 años de la construcción de la Plaza Mayor y me han encargado un espectáculo cuya escenografía sea esta hermosa plaza.


Liz PERALES

Entrevista a Álex Ángulo, que hace de "Esteban" en La Tempestad que actualmente se monta en España.

Estreno
«Me siento niño y aprendiz»
Tras una década alejado de los escenarios, el actor vasco Álex Angulo regresa al teatro con una obra de William Shakespeare



LA TEMPESTAD.- Días: Del 24 de febrero al 3 de abril de 2005. Lugar: Teatro Albéniz (Paz, 11). Horas: Martes, a las 18.00 horas; de miércoles a viernes a las 20.30 horas; sábado a las 19.00 y a las 22.30 horas; domingo a las 19.00 horas. Precio: De 10 a 22 euros. Venta de entradas: En taquilla y en www.teatroentradas.com (902 488 488). Intérpretes: Álex Angulo, Ramón Barea y Jorge Basanta, entre otros.


Rafael Esteban

Entrevista a AAlex Angulo

Una obra de Shakespeare devuelve a los escenarios a Álex Angulo (Erandio, Vizcaya, 1953) tras casi una década alejado del teatro por sus trabajos en cine y, sobre todo, en televisión.
En su regreso, interpreta al Esteban de 'La tempestad', título con el que Helena Pimenta retoma al dramaturgo inglés, del que es una auténtica especialista, tras su paso por Valle-Inclán y Cervantes. Curiosamente, Angulo comparte reparto con Ramón Barea, el director de la compañía donde empezó su andadura teatral en Bilbao en los años 70 del siglo pasado.

PREGUNTA.- La directora dice que 'La tempestad' es el testamento escénico y vital de Shakespeare, ¿está de acuerdo?

RESPUESTA.- Pienso, como Helena Pimenta, que 'La tempestad' es una especie de testamento o de índice final. Yo creo que Shakespeare da un repaso a todos los temas que ha tratado antes, pero con una particularidad, que me parece muy madura, de la que no había hablado en otras obras, y que es el perdón. Tratado de una manera muy interesante, ya que lo hace como respuesta humana, racional, a la misma vida. Hay un perdón, no cristiano porque Dios lo manda, sino un perdón humano, porque es razonable. Y otra de las cosas que me parece de madurez es que no hay sangre. Si en 'Macbeth' o 'Ricardo III' hay muerte, sangre a mansalva, aquí no la hay, no necesita apabullar, deja marchar su ingenio por un río tranquilo. A veces da la impresión de que 'La tempestad' es una especie de 'collage' por el que pasa todo lo que Shakespeare ha abrazado anteriormente.

P.- ¿Cuáles son esos temas?

R.- Venganza, ambición, poder, amor, odio, esclavitud, sumisión. Es un repaso, en el fondo, a su vida, porque yo no sé si ésta no fue más que el teatro. Pero tampoco puedo hablar muy profundamente, es mi estreno con Shakespeare. Me siento haciendo mis primeros dictados, un poco niño y aprendiz. Por eso me da pudor opinar sobre si es la mejor obra o un compendio. En 'La tempestad' he encontrado a una persona muy interesante que no cuenta batallitas, sino que habla de lo más profundo del ser humano, que son las mismas cosas en 1600 que ahora. En fin, de la condición humana.

P.- ¿Estamos ante un Shakespeare desencantado, que ve, desde el final de la batalla, que todo sigue igual?

R.- Ve a lo lejos todas las cosas por las que ha pasado y procura no dar relevancia a lo que no la tiene, sino a lo importante, que es vivir. O, por lo menos, verlo desde una postura no excesiva. Lo que te da la madurez es un poco de distancia para ver las cosas, para no cometer los mismos errores. La juventud tiene la sangre hirviente, quiere más el aquí y el ahora, todo o nada. Cuando eres mayor no te importa tanto la inmediatez de las cosas, lo que no quiere decir que no te lo tomes en serio.

P.- Helena Pimenta se toma muy en serio a Shakespeare.

R.- Empezar con Shakespeare de la mano de una persona como Helena, con lo que intenta decir y comprender, es un regalo. Creo que ella ha querido dar importancia a la palabra y a los actores. Ha tratado de desprenderse de la artificiosidad, de una escenografía apabullante y ha dejado un escenario limpio. Ha sido muy sintética.

P.- Su aventura teatral empezó con el teatro universitario...

R.- No, empecé con el teatro independiente. Un día la compañía de José Ramón Barea necesitaba actores, hizo un 'casting' y ahí aparecí yo. Hacíamos comedia, admirábamos a Tábano, a Els Joglars, a toda esta gente. Éramos autodidactas de periferia, un grupo militante en todos los aspectos, del teatro y de la vida, que se sentía protagonista de la historia del teatro, porque la estábamos haciendo. Ahora me considero actor profesional, pero desde una postura más serena. Esto, además de una vocación, es una profesión, en la que lo que más importa son los textos y la palabra.

P.- ¿Y cómo ve el teatro actual?

R.- Diferente de cuando empezamos, pero tampoco puedo hablar de su situación. He estado un poco desligado en estos últimos años, pero he tenido una temporada en la que odiaba el teatro, me aburría lo que se hacía. Me parecía sin vida, con unos petardos de actores contando historias que aburrían al personal con nuestras batallitas de seudovanguardia, pero igual era la etapa que teníamos que vivir. El teatro es como volver a casa, te pone en tu sitio.