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miércoles, septiembre 07, 2005

Ficha de representación: La Tempestad, de William Shakespeare



Vista el: sábado, 11 de diciembre de 2004

En: Teatro Principal, Valencia

Carlos Rubio Alcalá- Grupo B



Una obra como La Tempestad se podría llevar a escena de miles de formas diferentes. La elegida por Ur Teatro huye de los grandes efectos que tan bien se pueden utilizar con el texto de Shakespeare, así como de alardes de escenografía o vestuario. La principal baza de la función está por tanto en la atención con la que los actores sepan mantener al público. Puede ser una apuesta arriesgada si no se tiene un gran reparto, pero esta producción lo tiene. De esa forma los larguísimos parlamentos shakesperianos hacen vibrar de emoción al público en vez de adormecerlo.

Ramón Barea, en el papel de Próspero, se lleva el máximo protagonismo de la función, y también los máximos méritos. El resto de actores están también muy bien elegidos en sus papeles, y merece la pena destacar a Pepe Viyuela como Calibán, personaje al que hace muy natural y muy humano, muy alejado de los papeles que le solemos ver hacer en televisión o cine; y de Jorge Basanta como Ariel, quien tiene un aspecto clásico muy apropiado a su personaje, y que con movimientos elegantes y voz susurrante logra crear la ilusión de ser espiritual e inhumano. La peor interpretación es en mi opinión la del personaje de Miranda, que parece mucho más forzada que sus compañeros.

El escenario permanece casi vacío durante toda la representación. Unas señales de tráfico, unas sillas o una alfombra roja son lo único que aparece, e incluso se podría haber prescindido de estos elementos, pues tampoco aportan nada significativo. Al final de la obra se levanta la pantalla que cubría el fondo, mostrando la biblioteca de Próspero, muy bien montada. También es llamativo que el escenario más rico de la obra sólo aparezca unos segundos en escena. La obra no hace descanso (tal vez uno habría sido de agradecer) y no marca la transición entre actos y escenas más que con la entrada y salida de los actores y el poner y quitar de los elementos del escenario.

En el apartado técnico, se puede resaltar la música, que daba un toque irreal, como de ensueño a las escenas relacionadas con la magia de Próspero o de Ariel, y los efectos sonoros como los truenos de la primera escena o la amplificación y eco de la voz de Ariel, para acentuar su carácter sobrenatural. La iluminación de la escena pone el color que le faltaba al escenario blanco. Los actores, bañados en luz roja o verdosa, o a la luz de los relámpagos, también parecen envueltos en el aura de encantamiento de la isla de Próspero.

El vestuario, acorde con la modernidad que se ha intentado dar a la representación con la escenografía, es actual: los nobles se distinguen por ir vestidos de ejecutivos, quienes quizás cumplen en la actualidad algunos de los papeles de los Lores isabelinos.

El texto original ha sufrido algunos recortes en esta puesta en escena, que sin embargo no afectan al resultado: para quien no haya leído la obra, nada parecerá faltar. De hecho, las escenas ausentes son aquéllas que nos alejarían de la sencillez estética de la función: el banquete de las apariciones o el desfile de las diosas clásicas.

Se trata en conclusión de un espectáculo totalmente recomendable, en un teatro muy bonito; y para mí la primera obra de Shakespeare que veo representada. Una experiencia positiva, y una buena forma de acercarse a este autor por primera vez y perder parte del miedo que inspiran a menudo los grandes clásicos en el público.