america116

América fue pensada libre, justa, extensa

martes, diciembre 26, 2006

Beethoven poseía ideas republicanas. Como sus contemporáneos Kant y Hegel, fue un liberal.- Sin embargo, siempre se mantuvo en el plano de las opiniones privadas y de la exaltación musical de sus ideas. En 1814 participó en los eventos sociales vinculados al Congreso de Viena, en que las potencias despóticas se repartieron Europa.a la mesa, arrancó la primera

Marx comenzó como una liberal radical y se transformó en comunista luego de contactarse con las organizaciones proletarias. Marx sostenía que los filósofos debían dedicarse a transformar el mundo y no contentarse con interpretarlo.

Nuestro pensador estaba convencido de que esta revolución sería necesariamente violenta.

En el Manifiesto se expresa: “Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar”.

Nuestro compositor nació en el seno una familia católica, de origen Flamenco. Su religiosidad decantó de la ortodoxia a un cierto panteísmo.- Marx proviene, por padre y madre, de una familia de rabinos - Mordechai es su apellido original - .- El padre, en cumplimiento de leyes que le impedían ejercer la abogacía, y atendiendo su carácter ilustrado, aceptó el cristianismo.- Marx fue bautizado luterano a los 6 años. Su madre lo hizo tiempo después.

Marx repudió en general las religiones, por engañar al pueblo y sustraerlo de sus tareas revolucionarias. Además, despreció especialmente al judaísmo, caricaturizando a esta comunidad religiosa como meros usureros.

Marx amaba mucho a su padre. Fue enterrado con una foto suya sobre el pecho. En algún sentido, fue un hombre extremadamente religioso, entregado a la redención del proletariado. Su “pasión racional” por la construcción del comunismo es una mística que para millones de personas ha reemplazado o “complementado” el espíritu religioso.

No existe constancia fidedigna de que Beethoven haya sido masón. Lo que es seguro es que fue una persona ilustrada que compartió ideales con los masones de su tiempo, como Shiller, el autor del Himno a la Alegría.

Marx, en su juventud fue parte de “Sociedades Secretas” al estilo de la “Sociedad de La Igualdad” en que se unía el simbolismo con ideales liberales. Allí forjó amistades que le protegieron décadas después, durante la era de Bismark.

Desde poco antes de estallar la Revolución de 1848, Marx participó en la “Liga de los Justos” que superó el liberalismo tradicional para declararse comunista.- Marx pensaba que la “Fraternidad” es un ideal imposible en una sociedad capitalista – fundada en la explotación – por lo que desdeñaba la unión con sectores burgueses. Como resultado, la liga sustituyó su nombre por “Liga de los Comunistas” y modificó su lema de “Todos los hombres son hermanos” a “Proletarios del mundo uníos”.

Nuestro músico expresó: “La música constituye una revelación más alta que ninguna filosofía.” Y “Prefiero mil veces a un árbol que a un hombre”. Era un hombre de carácter agrio, misógeno en el trato cotidiano. Marx, sobre todo, de joven, era optimista y aventurero, confiado en el progreso y en el triunfo de la clase trabajadora.

Beethoven, salvo períodos en que la nobleza lo protegió, vivió una vida humilde. Alguna vez dijo que no podía salir a la calle, por carecer de zapatos.

Marx, renunció a las posibilidades asociadas a sus estudios universitarios y entregó su vida a la causa revolucionaria. Una vez, casi obtuvo un empleo en Ferrocarriles. Sus primeros años en Londres fueron muy pobres. Solía empeñar su ropa y las cosas de su casa. Le pedía dinero prestado asiduamente a los amigos, fundamentalmente a Engels.

Beethoven – siguiendo a Shakespeare en La Tempestad- sabe que la música debe estar al servicio de la virtud.- Sabe que su genio puede y debe estar al servicio del humanismo.

Marx, cumplió su propio aserto, en orden a que los filósofos debían aplicarse a transformar el mundo y no contentarse con interpretarlo.

En el plano familiar, Beethoven fue un hombre desafortunado en el amor, aunque se enamoraba con frecuencia.- Beethoven daba mucha importancia a la fidelidad.- Su única ópera es conocida como “Fidelio”. Al morir su hermano, se hizo cargo de su sobrino, quien al tiempo se disparó en la cabeza, sin lograr suicidarse.

Marx tuvo un largo matrimonio con Jenny Marx, proveniente de una familia aristocrática – pese a promover su abolición - . Con su cónyuge, tuvo seis hijos, de los que tres murieron niños, a raíz de la tuberculosis. Al morir su hija Francisca, su esposa tuvo que pedir dinero prestado para comprar el ataúd. Otra de sus hijas, sólo vivió hasta los 38 años.

Nuestro Filósofo tuvo algunas aventuras extramatrimoniales. La más importante, con Helene Demuth, la mujer que cuidaba la casa de los Marx, quien dio a luz un niño de padre desconocido. Hoy sabemos muy bien que el padre era Karl Marx, pero el hecho fue objeto de todo tipo de especulaciones durante largo tiempo. Helene Demuth había nacido en 1823, por lo que debía tener cerca de cuarenta años cuando nació su hijo. Sirvió a los Marx durante décadas; y estuvo tan ligada a ellos hasta el final de sus días. Sus restos reposan en la tumba del cementerio londinense de Highgate, en la que están enterrados Karl y Jenny Marx, su hija Eleonora y su nieto Harry.

La relación con el hijo no matrimonial fue poco cordial, de acuerdo con los escasos testimonios de los que disponemos. En primer lugar nunca lo reconoció y aceptó con gusto que, para la mayoría de la gente, pasara por hijo de Engles. El nombre que se puso al niño, Frederick, fue en efecto, el del amigo de Marx. La mejor fuente de la que disponemos para conocer estos hechos es una carta de Luisa Freyberger-Kautsky (la primera esposa de Karl Kautsky) a August Bebel, fechada en diciembre de 1898. En ella se habla de que Marx no amó a su hijo, de que Engels le hizo un gran favor aceptando una presunta paternidad y evitándole así un serio conflicto familiar y de que nunca hizo nada por el niño, tal vez por miedo al escándalo que se habría producido si se hubiera sabido quién era el verdadero padre.

“Claro de Luna”.

Beethoven amaba el campo.- Marx se expresaba despreciativamente de él.- En el Manifiesto Comunista habla del “Idiotismo Rural.-

Nuestro músico, en cuanto artista, prescindía del método científico, pero su creación supuso el desarrollo de los instrumentos y la existencia de un poder económico capaz de financiar grandes orquestas. Recobró la aspiración de Vivaldi en cuanto a expresar los sonidos de la naturaleza.

Marx era un racionalista, se jactaba de fundar sus estudios en la realidad, no en especulaciones idealistas.
En “El Manifiesto” nos expresa: “Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo”. Estas tesis, son “la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existentes, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos”
Este carácter científico, racionalista de Marx es precisamente contrario a la búsqueda de soluciones “especulativas” a los problemas de la realidad. Tal vez por ello, nuestro filósofo deslizó su célebre frase: “Yo no soy Marxista”.
En su obra sobre Economía “El Capital”, nos dijo: “Mi método dialéctico no sólo es fundamentalmente distinto del de Hegel, sino que es, en todo y por todo, la antítesis de él. Para Hegel, el proceso del pensamiento al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo de lo real, y esto la simple forma externa en la que toma cuerpo. Para mí, lo ideal no es, por el contrario, más que lo real traducido y traspuesto a la cabeza del hombre” (Postfacio: XXIII).-

Uno de sus conceptos clave en el campo de la economía es el de “Plusvalía”. Marx llamó así a la diferencia entre la riqueza que generan los trabajadores y lo que efectivamente reciben por su trabajo. En definitiva, la sociedad burguesa se basa en el saqueo o robo sistemático que unos pocos, los burgueses, hacen a las grandes mayorías, los proletarios.

Las propuestas de Marx, son tesis que deben ser diariamente cotidianamente contrastadas con el desarrollo de la realidad social.

“ La Pastoral”.

Desde fines del siglo XVIII, Beethoven comenzó a perder la audición. Sufría de dolores de cabeza y de insomnio. Marx padecía insomnio, hemorroides y furúnculos.

Nuestro músico, fue uno de los fundadores del romanticismo, al quebrar la rigidez clásica y expresar abiertamente los sentimientos. Beethoven", ha escrito Aldoux Huxley, "enseñó a la música a palpitar con su pasión intelectual y espiritual".

Beethoven revolucionó la música al crear un lenguaje musical nuevo para su tiempo (marcó el paso del clacisimo al romanticismo), estrenando ante masas de público enfervorizadas nuevas formas de entender la música como forma de expresar sentimientos

Marx, escribió el Manifiesto, a los 30 años, en un estilo romántico y luego su obra sirvió de trasfondo al naturalismo. (Marx admiraba a Balzac).

El carácter naturalista e incluso – positivista – de la obra de Marx, se explica por fundarse en el estudio directo de la realidad.

Beethoven marca el entusiasmo con el liberalismo y los derechos del ser humano y la decepción por el despotismo en que cayó Napoleón.-

Sin embargo, en 1826, cuando la sombra del despotismo se cernía sobre toda Europa, nuestro músico, al borde de la muerte, encendió una luz para anticipar que en algún lugar, tal vez cerca de las estrellas, los seres humanos volverían a ser hermanos.

Marx participa activamente las revoluciones socialistas de 1848 en que por primera vez los trabajadores organizados, procuran imponer cambios políticos de corte socialista.

En medio de la vorágine de los pueblos movilizados por el hambre y la desesperación, Marx anticipa una sociedad en que se extinguiría la explotación.
En el Manifiesto, expresa:
“El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas”....
“Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase”.
“Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos”.
Beethoven murió en 1827 tras una penosa enfermedad.- Tras su multitudinario funeral, se encontró, escondidas en el escritorio, tres cartas de amor, dirigidas a una misteriosa “Amada Inmortal”. Marx murió mientras dormía, en 1883.
Para terminar este esbozo, les presentamos la Novena Sinfonía, que en su parte cantada, constituye el himno oficial del la Comunidad Europea.

Novena Sinfonía



Gonzalo Villar B.




Beethoven

Ludwig van Beethoven fue bautizado el 17 de Diciembre de 1770, en Bonn. Su familia era originaria de Brabante, en Bélgica. Su abuelo era el director de capilla de la corte y su padre era cantor y músico en la corte de Bonn, con una persistente inclinación hacia la bebida. Su madre ha sido siempre descripta como una mujer dulce, modesta y pensativa. Beethoven hablaba de ella llamándola su "mejor amiga". La familia Beethoven tuvo siete hijos, pero solo tres varones sobrevivieron, de los cuales Ludwig fue el mayor.

Muy pronto, Ludwig mostró interés hacia la música, y su padre Johann lo instruyó en los fundamentos del sublime arte, noche y día, cuando volvía a su casa de los ensayos o de la taberna. No había ninguna duda de que el niño manifestaba el don de la música, y su padre pensó entonces en poder lograr un "niño prodigio", un nuevo Mozart.

El 26 de Marzo de 1778, a la edad de 7 años, Beethoven hizo su primera actuación en público en Colonia. Su padre anunció que tenía 6 años, para hacerlo ver como más precoz. Por esto, Beethoven siempre pensó que era más joven de lo que era en realidad. Inclusive mucho mas tarde, cuando recibió una copia de su certificado de bautismo, el pensó que pertenecía a su hermano Ludwig Maria, que había nacido dos años antes que el, y que había muerto a los pocos días de nacido.

De cualquier modo, los talentos musicales y pedagógicos de Johann eran limitados y hubo que buscar otros instructores. Ludwig aprendía rápidamente, especialmente órgano y composición guiado por músicos experimentados como Gottlob Neefe. Neefe fue muy importante para la instrucción de Beethoven. Reconoció el nivel excepcional del genio de Beethoven inmediatamente. Fue una influencia grande para el joven ya que tanto como transmitirle conocimientos musicales, el hizo conocer al joven Beethoven las obras de los más importantes pensadores, antiguos y contemporáneos.

En 1782, a la edad de 11 años, Beethoven publicó su primera composición: "9 Variaciones sobre una Marcha de Erns Christoph Dressler" (WoO 63). Mas tarde en 1783, Neefe escribió en la "Revista de Música", acerca de su talentoso alumno: "Si continua de esta manera, será sin duda, el nuevo Mozart"

En Junio de 1784, por recomendación de Neefe, Ludwig es contratado como músico en la corte de Maximilian Franz, Elector de Colonia. Este puesto le permitió frecuentar la música de los viejos maestros en la orquesta. También esto le permitió la entrada en nuevos círculos sociales. En estos conoció gente que iba a convertirse en amigos por el resto de su vida. La familia Ries, los von Breuning con la encantadora Eleonora, Karl Amenda, el violinista; también a Franz Gerhard Wegeler, un doctor y muy querido amigo de Beethoven que también viajo luego a Viena, etc. En la casa de los von Breuning, el joven Beethoven conoció a los clásicos y a aprendió a amar la poesía y la literatura.
El Príncipe Maximilian Franz estaba conciente del talento de Beethoven, y por lo mismo, en 1787 lo envió a Viena a estudiar con Mozart y proseguir su educación. Viena era entonces el faro cultural y musical de Europa.
En relación al encuentro entre Mozart y el joven Beethoven, solo existen textos de disputable autenticidad. De cualquier modo la leyenda dice que Mozart habría dicho: "Recuerden su nombre, ya que este joven hará hablar al mundo!"
Pero su madre enfermo gravemente, y en una carta su padre le pidió que regresara inmediatamente. Su madre, la única persona hasta entonces, con la que Ludwig había desarrollado una profunda relación de amor, murió finalmente de tuberculosis el 17 de Julio de 1787.
A partir de esto y poco a poco, Ludwig comenzó a reemplazar a su padre en el hogar. Primeramente en lo económico, ya que Johann, a partir de la muerte de su esposa, se fue deteriorando personalmente, entró en depresión y se hizo más y más dependiente del alcohol. De esta forma tanto su rol de padre, como su trabajo en la corte fueron mermando. El joven Beethoven entonces, se sintió que tenía que tomar la responsabilidad sobre sus dos hermanos menores sobrevivientes, un sentimiento que mantuvo por el resto de su vida, y que a veces llevó a cabo en exceso. Un sentimiento de responsabilidad por su familia, que en realidad, le dio más dolores que alegrías.
Cinco años más tarde, en 1792, Beethoven volvió a obtener del Príncipe Elector la posibilidad de proseguir su educación musical en Viena. Nunca volvió a su pueblo natal. La noche antes de partir, su amigo el conde Waldstein le escribió en su diario: "recibirás el espíritu de Mozart de las manos de Haydn…"
En Viena, el joven músico tomo lecciones de composición con Haydn, después contrapunto con Alberchtsberger, y lírica con Salieri. Pronto llamó la atención y deslumbró a Viena con su virtuosismo en el piano y sus famosas improvisaciones. En un par de años se convirtió en el músico de moda en la aristocrática y musical capital de los Haugsburg.
En 1794, Beethoven publica su Opus Nº 1, tres Tríos para Piano, violín y cello. El año siguiente pudo realizar su primer concierto público en Viena (una "Academia"), en la cual interpretó sus propias obras. Luego siguió una gira: Praga, Dresden, Leipzig y Berlín. Antes de eso un concierto en Budapest. Una enorme actividad para el joven Beethoven que estaba ya sintiéndose llamado a grandes cosas en la música.
Beethoven hizo numerosas relaciones en Viena. Todos en el mundo aristocrático musical de Viena admiraban al joven compositor. Estos amantes de la música se convirtieron rápidamente en sus leales mecenas y sostenedores. Cada tanto tenía una pelea con uno u otro de ellos, y a menudo hacia las paces honorablemente después. Su gran talento les hacia excusar tanto su comportamiento impulsivo, como sus reacciones que en otro caso hubieran sido juzgadas como excesivas. Su fuerte carácter y conciencia de su valor hicieron que pudiera conseguir para si, un respeto y valoración que no habían sido otorgados a nadie antes.

En 1800, Beethoven organizó un nuevo concierto en Viena, que esta vez incluyó la presentación de su Primera Sinfonía. Aunque hoy en día, nosotros podamos juzgar esta obra como mas clásica, y cercana las composiciones de Haydn y Mozart, en ese momento, el publico encontró esta obra extraña, demasiado extravagante y hasta audaz. Nuestro genial Beethoven aun siendo todavía un joven compositor, estaba ya empujando los limites de las posibilidades de la música. Su obra entera parece una lucha contra los limites de las posibilidades de expresión del arte.
Su actividad iba en aumento, y también tuvo alumnas entre las jóvenes aristócratas, muchas de ellas jóvenes y hermosas con las que estuvo intermitentemente enamorado.
En 1801, Beethoven confiesa a su amigo Wegeler, en Bonn, su reocupación acerca de su progresiva sordera. En Heiligenstadt, el año siguiente escribe el famoso texto en el cual expresa su desesperación y disgusto ante la injusticia de la vida: que el, un músico, pudiera volverse sordo era algo que el no podía concebir ni soportar. Inclusive contemplo la idea del suicidio, pero la música y su ya fuerte convicción de que había "algo" que el debía concretar en ese campo, hizo que siguiera adelante. En ese "Testamento" escribió que el sabia que todavía tenia mucha música por descubrir, explorar y concretar. Beethoven no se suicidó, más bien, sabiendo que su enfermedad se iba haciendo peor con el tiempo, se zambullo de lleno en el trabajo componiendo excepcionales sonatas para piano, (como la Opus 31, "La Tempestad"), la Segunda y Tercera Sinfonías, y por supuesto mucho más.

Beethoven escribió su Tercera Sinfonía en "memoria de un gran hombre", Bonaparte. El mismo era visto en ese momento como un liberador de su pueblo, y que desde la Revolución Francesa, estaba abriendo una puerta a la esperanza. Cuando el Primer Cónsul, se declaro a si mismo Emperador, Beethoven se enfureció, y borro violentamente el nombre de Napoleón de la primera página de la partitura. La "Eroica" se estrenó el 7 de Abril de 1805.
Entre 1804 y 1807 estuvo enamorado de la joven y bella Condesa Josephine Brusnwik viuda del Conde Deym. La condesa correspondía a su amor pero este no pudo realizarse por las rígidas restricciones sociales de la época y la estricta separación entre la nobleza y el vulgo. En esta etapa hay una correspondencia amorosa entre ambos. Esta relación termina alrededor de 1808, al no poder concretarse.

Mientras tanto Beethoven había finalmente terminado su opera, "Leonore". La única opera que el iba a componer. Escribió y re-escribió cuatro diferentes overturas. Finalmente el nombre de la Opera fue cambiado a Fidelio, en contra de los deseos del compositor. El 20 de Noviembre de 1805 fue la fecha de la primera representación…. en frente a una pobre concurrencia de publico en el que se encontraban muchos oficiales franceses. Napoleón y su ejercito habían entrado en Viena por primera vez en esa misma semana!
Esto volvió a ocurrir en 1809.
En los años siguientes, la actividad creadora del compositor se tornó intensa. Compuso muchas sinfonías, entre ellas las famosas Quinta, la Pastoral, la overtura Coriolano, inclusive la pequeña pieza para piano conocida como "Para Elisa".
El Archiduque Rodolfo, hermano del Emperador, fue alumno suyo en composición, y eventualmente se convirtió también en su mas grande benefactor.
En 1809, Beethoven se encontraba descontento de su situación en Viena, especialmente bajo el aspecto económico. Entonces se planteo la invitación de Jerome Bonaparte, para dejar Viena y radicarse en Holanda. Su vieja amiga la Condesa Anna Marie Erdödy, logró que se quedara en Viena con la ayuda de sus más ricos admiradores: El Archiduque Rodolfo; el Príncipe Lobkowitz y el Príncipe Kinsky. Estos aristócratas ofrecieron a Beethoven una pensión anual de 4.000 florines, permitiéndole de esta manera vivir sin ninguna clase de apremio económico. La única condición que Beethoven no dejara Vienna. Beethoven aceptó. Esta pensión, hizo de él, el primer artista y compositor independiente de la historia. Antes de este contrato, los músicos y compositores (inclusive Bach, Mozart y Haydn), eran sirvientes en las casas de las ricas familias aristocráticas. Eran parte del personal domestico, sin mas derechos que los demás y con la adicional tarea de la composición y la interpretación de música cuando a los patrones les placía. Las condiciones del arreglo de Beethoven con sus benefactores, eran absolutamente excepcionales: el era libre de escribir lo que quería, cuando quería, y por pedido o no, según el lo prefiriera. Condiciones excepcionales para un músico que era además, un hombre de un carácter también excepcional.
En 1812, Beethoven se traslada a tomar cura de aguas a Tépliz, desde donde escribe su ardiente carta a su "Amada Inmortal". Esta carta que fue encontrada en un compartimiento secreto de su escritorio con el "Testamento de Heiligenstadt", ha provocado toda clase de teorías y suposiciones en los estudiosos y biógrafos desde entonces. Numerosas mujeres entre sus amigas, alumnas o relaciones, han sido propuestas por turnos como candidatas a destinatarias de esa hermosa y apasionada carta. Pero, pese a todo el esfuerzo de investigación, a no ser que algún nuevo documento sea descubierto (tal vez ubicado en este momento en alguna colección privada) es posible que la verdad acerca de esta misteriosa mujer continúe siendo un secreto. Evidentemente así lo quiso Beethoven.
A fines de Julio de 1812, Beethoven conoció a Wolfang von Goethe, encuentro organizado por Bettina Brentano. Los dos grandes artistas, se admiraron mutuamente pero no pudieron comprenderse. El compositor juzgó al poeta como demasiado servil con la aristocracia, y el poeta opinó que Beethoven era un ser "indomable". Pese a esto, la admiración de Beethoven hacia Goethe como poeta no disminuyó, al contrario, continuó poniendo música a muchos de sus poemas, y lo reverencio bajo ese aspecto hasta el final de su vida. Siempre lamentó no haber sido mejor comprendido por Goethe.
Entonces, uno de sus benefactores, el Príncipe Lobkowitz tuvo un quebranto económico, y el Príncipe Kinsky se mató en una caída de su caballo. Los herederos de Kinsky decidieron no pagar las obligaciones financieras que el Príncipe había contraído con Beethoven. Aquí recomienzan las dificultades del compositor para mantener su independencia económica.
Entonces el Checo Johann Nepomuk Maelzel se contactó con Beethoven. Talentoso inventor, e inventor del metrónomo, Maelzel ya había conocido a Beethoven y le había construido varios instrumentos para ayudarlo con sus dificultades auditivas: Cornetas acústicas, un sistema de escucha conectado al piano, etc. En 1813, Beethoven compuso "La Victoria de Wellington" un trabajo escrito para el instrumento mecánico construido por Maelzel, el "panharmonicon". Pero fue principalmente su trabajo en el metrónomo, que ayudó a la evolución de la música. Beethoven se entusiasmó tanto con el aparato que escribió cartas a editores recomendándolo y fundamentalmente, comenzó a hacer escrupulosamente las anotaciones de las marcas de metrónomo en sus partituras, de modo que su música pudiera ser interpretada precisamente como el lo había planeado.
La "Academia" de 1814, reagrupara este trabajo ("La Victoria de Wellington"), con las Séptima y Octava Sinfonías. Este era también el tiempo de re-escribir y reformar Leonore, como Fidelio, la única Opera de Beethoven. Esta vez, el trabajo se convirtió en un gran éxito frente al público. Un éxito también económicamente. Los conciertos que realizo en esta época fueron todos exitosos a ese nivel.
1814 fue también el año del Congreso de Viena, que reunió en la capital a todas las cabezas de estado que decidían el futuro de Europa después de la derrota de Napoleón. Todo Viena era una celebración. Este fue uno de los momentos de gloria de Beethoven. Se realizaron numerosos conciertos con su música como parte de las celebraciones, y fue invitado a tocar muchas veces, recibiendo admiración y reconocimiento de los cuales podía estar perfectamente orgulloso.
El 15 de Noviembre de 1815, muere Kasper Karl, el hermano menor del compositor. Al morir, deja una esposa, a la que Beethoven llama "La Reina de la Noche" -parafraseando la opera de Mozart, y debido a su débil moral, y un hijo de 9 años, Karl.
A partir de este momento la vida del compositor iba a cambiar dramáticamente. Su hermano había escrito que deseaba que la tutoría de Kart fuera ejercida conjuntamente por su mujer y su hermano Ludwig.
Para Beethoven, la responsabilidad tenia que ser tomada muy seriamente. Por una parte se negaba a compartir la crianza con una mujer de cuya moral tenia tantas dudas y por otra parte, como un soltero de casi 45 años que ya casi no podía oír, encontró muy difícil comprender a un niño con una infancia muy distinta de la suya propia, y que se transformo en un adolescente difícil, tironeado entre su madre y su tío. Todo esto fue la causa de un muy largo juicio entre la madre del niño y Beethoven, y el origen de sufrimiento, conflicto y numerosas preocupaciones para él.
El 1816, Carl Czerny (futuro maestro de Franz Liszt, y antiguo alumno de Beethoven) se tornó maestro de música de Karl, pero no encontró talento musical en el niño, cosa que Beethoven desilusiono a nuestro compositor. El hubiera deseado que el niño pudiera dedicarse al arte. Al mismo tiempo, se encontraba terminando su hermoso ciclo de canciones "A la Amada Lejana" y escribió el primer esbozo de un tema de la Novena Sinfonía.
Dos años más tarde, el Archiduque Rodolfo, fue nombrado Cardenal y Beethoven comenzó escribir para su encumbrado alumno, su enorme Misa en Re. La misa naturalmente no estuvo lista para la entronización, pero se transformó finalmente en una obra maestra de belleza y espiritualidad incomparable.
Gioachino Rossini, triunfaba en Viena en 1822, donde se encontró con Beethoven. La barrera del idioma y la sordera de Beethoven ocasionaron que solo pudieran intercambiar breves palabras. El compositor alemán apenas toleraba la opera italiana, -la encontraba poco seria, pero Rossini años después aun recordaba su encuentro con reverencia.
La Novena Sinfonía estaba prácticamente terminada en 1823, el mismo año que la Missa Solemnis. Liszt que tenía entonces 11 años, conoció a Beethoven, cuando el maestro (dicen algunos) concurrió a su concierto del 13 de Abril, y felicitó al niño. El joven virtuoso, años más tarde, transcribió todas las sinfonías de Beethoven para piano, y fue un gran interprete de su obra.
El 7 de Mayo de 1824 fue la fecha del estreno de la maravillosa Novena Sinfonía, y a pesar de las dificultades técnicas de la música y los problemas de la exigencia en las partes cantadas, fue un éxito rotundo. Lamentablemente este éxito no resulto en una ganancia financiera. Los problemas financieros continuaban preocupando mucho al compositor. Siempre tenía dinero que estaba ahorrando, pero este dinero no podía tocarse, ya que estaba ya destinado a su sobrino.
Entonces en medio de preocupaciones, enfermedad y disgustos, pero también de una serenidad espiritual excepcional, comienza el periodo de los Últimos Cuartetos, música tan excelsa y espiritual como ninguna otra. Estos cuartetos son todavía hoy difíciles para las audiencias contemporáneas, que puede comprender la mayoría del cuerpo de su obra. Comienza a escribir la Décima Sinfonía.
A fines de 1826, Beethoven se resfría seriamente volviendo de la propiedad de su hermano Johann, donde había pasado el verano y con el cual había peleado otra vez. La enfermedad se complica asociándose a problemas hepáticos serios de los que Beethoven había sufrido toda la vida. Finalmente después de una enfermedad dolorosa de tres meses Beethoven muere, rodeado de sus amigos, el 26 de Marzo de 1827, justo cuando una tormenta rompe sobre Viena.
Los servicios fúnebres fueron celebrados en la Iglesia de la Santa Trinidad, distante un par de cuadras del domicilio de Beethoven. Se estima que entre 10.000 y 30.000 personas concurrieron a sus exequias que fueron muy importantes. Franz Schubert, muy tímido y un gran admirador del compositor (que nunca se animó a acercársele) fue uno de los que cargaron el cajón, con otros músicos. Schubert murió el año siguiente y pidió ser enterrado al lado de Beethoven.
El actor Heinrich Anschütz leyó la oración fúnebre que fue escrita por el poeta Franz Grillparzer, a las puertas del Cementerio de Währing, (ahora Schubert Park).
Alex Callinicos

Carlos Marx nación el 5 de mayo de 1818 en Trier, un viejo pueblo con catedral en la región renana de Alemanía. Ambos padres suyos eran judíos, descendntes de muchas generaciones de rabinos: el apellido paterno había sido Mordechai, y luego Markus, antes de Marx. Pero el padre de Marx, Heinrich, se convirtió al cristianismo luterano en 1817 para evadir un decreto que excluía a los judíos de puestos públicos. En 1815 la región renana fue anexada por la reaccionaria y monárquica Prusia, pero siguió siendo la parte más avanzada de Alemania, económica y políticamente, en buena medida gracias a la influencia que había recibido de la Revolución francesa. Heinrich Marx era un funcionario judicial del gobierno y un liberal moderado creyente en la fuerza de la razón. Su nieta Eleonor le llamó "un verdadero francés del siglo XVIII que se sabía de memoria su Voltaire y su Rousseau". Era estrecha la relación entre padre e hijo: hasta su muerte Marx llevó consigo un retrato de su padre, y con él fue enterrado. El futuro autor de El capital creció, entonces, en un hogar de clase media relativamente próspero y acomodado. En su escuela secundaria de Trier recibió una educación liberal con fuerte énfasis en los clásicos. No parece haber sido un alumno sobresaliente, y sus escritos escolares que han sobrevivido no dan mucha indicación de su grandeza futura. Una influencia importante en el joven Marx fue un funcionario público prusiano, el barón Ludwig Von Westphalen, quien lo introdujo a Homero y a Shakespeare; y con cuya hija Marx eventualmente se casó.
En 1835 Marx se trasladó a la Universidad de Bonn a estudiar derecho. Parecía dirigido a seguir los pasos de su padre con una carrera convencional de clase media. Igual que los demás estudiantes, de vez en cuando tuvo sus borrachera, se endeudó, se peleó a golpes y hasta pasó una noche en la cárcel por armar alboroto. Su inclinación a escribir pésimos poemas románticos (afortunadamente sólo unos pocos han sobrevivido) se hizo peor una vez se comprometió en secreto con Jenny Von Westphalen durante las vacaciones de verano en 1836. Jenny le llevaba cuatro años, pertenecía a un grupo social más elevado y era algo así como la chica linda de la localidad. Muchos años después, cuando Marx regresó de visita a Trier en 1862, todos le preguntaban por "la chica más bonita de Trier".
Los padres de ambos se opusieron a los planes de Marx y Jenny. En la familia Von Westphalen había reaccionarios extremistas (el hermano de Jenny fue ministro de gabinete de Prusia en la década de 1850). Por otro lado Heinrich Marx temía que el "espíritu de demonio" de su hijo llevara la pareja al desastre. "¿Alguna vez –y esta no es la más dolorosa de las dudas en mi corazón– serás capaz de la felicidad verdaderamente humana, doméstica?". Esta oposición de los padres tal vez explique que la pareja vino a casarse siete años más tarde, el 19 de junio de 1843.
En octubre de 1836 Marx fue a estudiar a la Universidad de Berlín. Su intención inicial era continuar los estudios de derecho pero pronto dirigió su atención a otros temas, según explicó a su horrorizado padre en una famosa carta del 10 de noviembre de 1837. Insatisfecho con el "reflejo lunar" de sus poemas de amor, Marx se puso a estudiar en serio. Primero incursionó en la filosofía del derecho y luego en la filosofía misma. Inevitablemente tendría que abordar el pensamiento del filósofo más influyente de la época: Frederich Hegel. Al principio a Marx le repelió "la melodía extravagante y pedregosa" de Hegel, pero más adelante se sorprendió a sí mismo convertido a la filosofía hegeliana. Esta conversión fue más que un proceso intelectual, ya que la filosofía era una actividad sumamente política en la Alemania de las décadas de 1830 y 1840. Alemania era entonces un país políticamente dividido, y económica y socialmente atrasado, un conjunto de pequeños principados cada cual reclamando poder absoluto sobre sus súbditos, y dominados por la Santa Alianza de Austria, Prusia y Rusia. Intelectualmente, sin embargo, el país florecía. Las primeras décadas del siglo XIX fueron la época dorada de la filosofía alemana. Era casi como si el crecimiento abultado del pensamiento abstracto compensara la impotencia política y el atraso económico de Alemania. "En política, los alemanes pensaban lo que otras naciones hacían", diría Marx años después (CW, III, 181).
El pensamiento de Hegel reflejaba las contradicciones de la sociedad alemana. Entusiasmado al principio con la Revolución francesa y con Napoleón, Hegel después vino a ser un pesimista y un reaccionario, y a creer que el Estado absolutista prusiano era la encamación de la razón. En las décadas de 1830 y 1840 Hegel era, a todos los efectos, el filósofo oficial de Prusia; sus seguidores conseguían puestos en las universidades, las cuales estaban a su vez controladas por el Estado.
Esta situación no duró mucho. Varios filósofos jóvenes empezaron a interpretar a Hegel en una forma cada vez más radical. Hegel identificaba la razón con Dios, y la llamaba el Absoluto. La historia era para él meramente la historia del viaje progresivo de lo Absoluto hacia la conciencia de sí mismo, un proceso cuyo clímax había sido la Reforma protestante. Para los jóvenes hegelianos, o hegelianos de izquierda, como vinieron a ser conocidos, el Absoluto era simplemente la humanidad. Dios desaparecía del escenario. Coincidían con Hegel en que el Estado debía ser la encarnación de la razón, pero discrepaban en que la monarquía prusiana fuera eso. Eran ateos, racionalistas y liberales. Al principio esperaban que el príncipe prusiano introdujera las reformas que deseaban. Pero una vez éste accedió al trono como el rey Federico Guillermo IV, en 1840, y se mostró tan reaccionario como sus predecesores, la oposición de los jóvenes hegelianos al statu quo de Alemania se hizo crecientemente radical.
Este era el ambiente en que Marx se introducía a la filosofía. La izquierda hegeliana se reunía en el Club de Doctores de Berlín. Marx rápidamente se hizo miembro prominente del Club y amigo cercano de Bruno Bauer, uno de los más destacados jóvenes hegelianos. Era un grupo de bebedores y de vida relajada. Heinrich Marx se quejaba de que "como si fuéramos ricos, el señor hijo mío se gastó en un año casi 700 táleros, contrario a lo que habíamos acordado, contrario a lo que es de esperar, mientras los más ricos gastan menos de 500". Tras la muerte de su padre, en mayo de 1838, prácticamente se rompieron los vínculos de Marx con su familia. No parece que éste se llevara muy bien con su madre, aunque a través de los años ella le hizo llegar considerables sumas de dinero. Una poesía satírica escrita por Engels y el hermano de Bruno, Edgar Bauer, en sus años de juventud, describe a Marx en esta época como "un muchacho moreno de Trier, una monstruosidad, ni brinca ni da saltitos, sino que va a grandes calzadas y saltos, bramando a toda voz... blande su puño revoltoso, brama frenéticamente, como si diez mil diablos le halaran los cabellos".
Parece que Marx esperaba hacer carrera como filósofo profesional. Dedicó un buen tiempo a estudiar a los primeros pensadores griegos y en abril de 1841 terminó su doctorado con una tesis titulada "Diferencias entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y Epicuro". A pesar de estar escrita en lenguaje denso y reflejar una fuerte influencia hegeliana, la tesis muestra la impaciencia creciente de Marx con la filosofía idealista extrema de su amigo Bruno Bauer, quien tendía a reducirlo todo a la conciencia humana. Por otro lado, para esos tiempos crecía la tensión entre el Estado prusiano y los jóvenes hegelianos; así fueron esfumándose las esperanzas de Marx en una carrera académica. Federico Guillermo IV prohibió la principal revista de la izquierda hegeliana, Hallische Jahrbücher y colocó al viejo enemigo de Hegel, Schelling, como profesor de filosofía en Berlín, con instrucciones de extirpar de raíz "la semilla de los dragones del hegelianismo". Finalmente, en marzo de 1842 Bauer fue sacado de su puesto de docente en la Universidad de Bonn. Marx, que había regresado a Trier en 1841, se dedicó al periodismo político. La Rheinische Zeitung ("Gazeta Renana") había sido fundada por los industriales de la zona renana para defender sus intereses económicos. Para asombro de sus accionistas, el periódico pronto cayó bajo el control de los jóvenes hegelianos encabezados por Moisés Hess, uno de los primeros comunistas alemanes. Marx empezó a escribir para el periódico en abril de 1842, y en octubre se mudó a Colonia para ser editor en jefe. En este momento Marx era un liberal democrático radical que quería ver en Alemania una república con sufragio universal, como en Francia tras la revolución de 1789. Cuando otro periódico acusó de comunista a la Rheinische Zeitung, Marx respondió que este rotativo "no admite que las ideas comunistas en su forma actual tengan siquiera realidad teórica, y por tanto menos puede desear su realización práctica" (CW, I, 220).
Sin embargo, el periódico había sido un punto decisivo. Fue allí, como el mismo Marx más tarde recordaría, que "experimenté por primera vez el bochorno de discutir sobre los llamados intereses materiales". Como los otros jóvenes hegelianos, Marx seguía al maestro en creer que el Estado estaba, o debía estar, por encima de las clases sociales. Según esta visión, el estado era representante de los intereses universales compartidos por todos los ciudadanos y por tanto su función era conciliar las diferencias de intereses y los conflictos de clases.
Viendo los debates en el parlamento de la región (los "Estados renanos") en torno al endurecimiento de las leyes contra el robo de madera, Marx se dio cuenta de que tanto los industriales que financiaban su periódico, como los terratenientes feudales que apoyaban al absolutismo prusiano, tenían en común la defensa de la propiedad privada. Más aún, al apreciar las condiciones de miseria en que vivían los campesinos de la zona vinícola de Moselle, comprendió las consecuencias de la propiedad privada. Engels señaló cincuenta años después: "Oí a Marx decir, repetidamente, que fue precisamente relacionando la ley sobre el robo de madera con la situación de los campesinos de Moselle, que se había desviado de la política pura hacia las condiciones económicas, y que así llegó al socialismo". Marx no sólo dejó atrás la "política pura" durante su experiencia en la Rheinische Zeitung. Bauer y el Club de Doctores de Berlín eran empujados, por la persecución que sufrían, a nuevos y mayores extremos de radicalismo verbal. Aislados en Berlín, un pilar de la burocracia prusiana, y alejados de la más liberal y económicamente desarrollada zona del Rhin, continuaban viendo su función como puramente intelectual. Se llamaban a sí mismos "los libres" y la religión era el blanco principal de sus denuncias. Llegaron a considerar una traición los esfuerzos conciliatorios del hostigado Marx para evitar que la censura prusiana cerrara la Rheinische Zeitung. Marx aprendió entonces una lección que le sirvió para toda la vida: la teoría que pierde contacto con la realidad se hace impotente.
Teniendo en mente a Bruno Bauer y a sus otros viejos compinches de Berlín, Marx escribió poco después:
nosotros no confrontamos al mundo de modo doctrinario con un nuevo principio: ¡la verdad es ésta, arrodíllense ante ella! Es a partir de los principios del mundo que nosotros desarrollamos principios nuevos para este. No le decimos al mundo: terminen sus luchas tontas, que les daremos la verdadera consigna de lucha. Nosotros simplemente le mostramos al mundo por lo que es en realidad la lucha, la conciencia es algo que se tiene que adquirir, aún cuando no se quiera. (CW, III, 144). Tenemos aquí el origen de la actitud hacia la clase trabajadora que Marx tendría más tarde. La labor del teórico no es establecerle las leyes que los trabajadores deben seguir, sino más bien, entender por qué están luchando, para mostrar cómo podrían alcanzarlo.
A Marx, sólo le faltaba descubrir la clase trabajadora. El hecho de que todavía no lo había hecho, es claro en un manuscrito de mediados de 1843, que redactó durante su luna de miel con Jenny en Kreuznach (había renunciado a la Rheinische Zeitung poco antes de que los censores finalmente prohibieran el periódico en marzo de 1843). El escrito se titulaba Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel; y no fue publicado hasta 1927.
En este texto Marx refuta la idea de Hegel de que el Estado está por encima de las clases. Pero Marx aún estaba bajo la fuerte influencia del más radical de los jóvenes hegelianos, Ludwig Feuerbach. El libro de Feuerbach La esencia del cristianismo causó sensación cuando se publicó en 1841. Yendo más lejos que Bruno Bauer, Feuerbach argumentaba que la filosofía de Hegel debía ser rechazada plenamente: el punto de partida de la filosofía no debía ser ni Dios ni la Idea, sino los seres humanos y las condiciones materiales en que viven.
Estas ideas de Feuerbach atrajeron rápidamente a gente como Marx, Engels y Hess, quienes empezaban a pensar que sólo una revolución social podía traer un cambio político radical en Alemania. Pero Marx no veía a la clase trabajadora como el agente de este cambio. Aún tenía sus miras puestas en el sufragio universal para los mayores de edad por encima de clases o sexos, al cual veía como la "verdadera democracia", para que el Estado estuviese bajo el control de la gran masa de la población, en vez de estar en manos de una minoría de propietarios.
Sin embargo, un año después de escribir la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Marx era ya un defensor de la revolución de los trabajadores, un comunista. Mudarse a @ôB»Ë ue un factor decisivo en este viraje. La censura prusiana hacía imposible trabajar en Alemania. Marx y Amold Ruge decidieron por tanto producir una revista de los jóvenes hegelianos en el extranjero, "Anuarios franco-alemanes" (Deutsch-Französische Jahrbücher). En octubre de 1843 la pareja Marx se unió a Ruge en París.
París era muy distinta a Berlín o Colonia. Capital cultural de la civilización occidental en el siglo XIX, París era además la metrópolis de un país que atravesaba una rápida industrialización bajo un régimen corrupto de cortesanos y banqueros reunidos en torno a la "monarquía burguesa" de Luis Felipe. En París había además una masa de sectas comunistas y socialistas, algunas de ellas con numerosos seguidores, que coexistían y peleaban entre sí. Y había unos 40.000 exiliados alemanes, en su mayoría artesanos, muchos de ellos bajo la influencia de una organización revolucionaria secreta, la Liga de los Justos.
Los contactos de Marx con las organizaciones comunistas francesas y alemanas en París, fueron su primera experiencia de movimiento organizado de la clase trabajadora. El impacto fue grande. Marx escribió a Feuerbach en agosto de 1844:
Tiene que asistir a una de estas reuniones de trabajadores franceses para apreciar la frescura pura, la nobleza que emana de estos hombres forjados en el trabajos duro... Es entre estos "bárbaros" de nuestra sociedad civilizada que la historia está preparando el elemento práctico de la emancipación de la humanidad (CW, III, 355).
Marx expresó esta nueva opinión suya sobre la clase trabajadora en dos ensayos publicados en el único número que apareció de los Anuarios franco-alemanes, en marzo de 1844. (Víctima del gobierno prusiano, que la prohibió, y de discrepancias entre sus editores, la revista se hundió sin dejar rastro una vez el impresor dejó de respaldarla.) En uno de los artículos, "Sobre la cuestión judía", Marx argumenta –contra Bauer– que una revolución puramente política, como la de 1789 en Francia, liberaría al hombre sólo como "individuo, con sus intereses privados y caprichos privados, separado de la comunidad" (CW, III, 164). Solamente una revolución social que barriera con la propiedad privada y con el individualismo podía traer la "liberación humana".
En el otro ensayo, pensado como introducción a su Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Marx afirma que tal revolución era posible antes que en ningún otro lugar en Alemania. La burguesía alemana era muy débil para jugar el papel de la burguesía francesa en 1789, o sea, dirigir a todo el pueblo en contra de la monarquía. Solamente el proletariado –la clase trabajadora industrial– podía jugar este papel.
una clase con cadenas radicales... que no puede emanciparse sin emanciparse de todas las otras esferas de la sociedad, y por tanto, sin emancipar a las demás esferas de la sociedad, la cual es, en una palabra, la pérdida completa del hombre, y de ahí que pueda ganarse a sí misma de una vez, el hombre se reconquiste completamente a sí mismo (CW, III, 186).
Este último pasaje deja ver que la filosofía era todavía el acercamiento de Marx a la política. Pensaba en términos de una alianza entre la filosofía y la clase trabajadora: una alianza en que la filosofía sería la parte dirigente. Llamaba a los trabajadores el "elemento pasivo" de la revolución, y decía que "la filosofía era la cabeza de esta revolución y su corazón era el proletariado" (CW, III, 183 y 187). Los trabajadores cumplirían un papel revolucionario porque eran la más miserable de todas las clases, no porque –como vino a pensar después– fueran los más poderosos.
Esta actitud más bien paternalista y elitista pronto cambiaría, por dos razones. Primero, en París Marx se puso a estudiar seriamente por primera vez los escritos de Adam Smith, David Ricardo y los otros teóricos de la economía política. De aquí resultaron sus Manuscritos económicos y filosóficos, que escribió entre abril y agosto de 1844. Publicados por primera vez en 1932, los Manuscritos contienen una visión en germen de su teoría materialista de la historia. Más importante, explican el papel revolucionario de la clase trabajadora en términos de su función en la producción material, lo que la obliga a luchar contra el capitalismo. "De la relación entre el trabajo enajenado y la propiedad privada se sigue que la liberación de la sociedad de la propiedad privada, etc., de la servidumbre, se expresa mediante la forma política de la liberación de los trabajadores" (CW, III, 280).
La segunda razón para el cambio de actitud en Marx es que la clase trabajadora alemana dio prueba dramática de que era mucho más que un "elemento pasivo". En junio de 1844 los tejedores de la región de Silesia se rebelaron contra los patronos: el ejército tuvo que ser enviado a restablecer el orden. Ruge publicó un artículo anónimo en un periódico de inmigrantes alemanes en París, en que le restaba importancia a la revuelta y atacaba a los tejedores. Probablemente representaba en esto, el sentir de la mayoría de los jóvenes hegelianos. El artículo sin embargo fue atribuido a Marx. Este último escribió una respuesta airada denunciando a Ruge y saludando la valentía de los trabajadores y el alto nivel de su conciencia y organización. De ahí en adelante Marx ya no vio a la clase trabajadora como pasiva, sino como el "elemento dinámico" de la revolución alemana (CW, III, 202). El Marx revolucionario, por fin aparecía.

Amistad y revolución

A fines de agosto de 1844, Federico Engels pasó diez días en París. Allí visitó a Marx, y de este encuentro surgió una colaboración que duraría toda la vida.
Engels tenía entonces veintitrés años, era casi tres años menor que Marx pero ya había sido periodista radical y uno de los jóvenes hegelianos. Aunque Engels había colaborado con la Rheinische Zeitung, Marx no había confiado mucho en él, suponiéndolo uno de los "libres" cuyo revolucionarismo infantil Marx ya rechazaba. En noviembre de 1842 Engels se había mudado a Manchester, Inglaterra, para trabajar en la empresa de su familia, Emen & Engels; allí se confrontó con la revolución industrial, la pobreza de la clase trabajadora y el cartismo, el primer movimiento de masas de la clase trabajadora en la historia, el cual todavía se recuperaba de la derrota de la huelga general de agosto de 1842. Esta experiencia, registrada en su libro La condición de la clase obrera en Inglaterra, llevó a Engels –como a Marx– a reconocer el papel revolucionario de la clase trabajadora. Un ensayo de Engels publicado en los Anuarios franco-alemanes, "Apuntes para una crítica de la economía política", anticipa los escritos posteriores de Marx. Marx y Engels fueron desde entonces colaboradores naturales. Su primer trabajo conjunto fue un ataque a Bauer y a los "libres", quienes reaccionaban a la represión del Estado prusiano con una actitud cada vez más elitista y antidemocrática. Bauer –quien más tarde se haría antisemita y apoyaría la autocracia zarista en Rusia– escribía: "es en las masas y sólo en ellas, donde uno debe buscar al verdadero enemigo de la Mente". La respuesta de Marx y Engels, La sagrada familia, había sido concebida inicialmente como un pequeño folleto. Pero, y no por última vez, Marx se dejó llevar por su apasionamiento. Su parte en el escrito produjo nada menos que un libro de doscientas páginas, que iba desde filosofía a crítica literaria y defendía el principio de la autoliberación de la clase trabajadora. Engels protestó tímidamente ante la inclusión de su nombre bajo el título, ya que "no contribuí prácticamente con nada". Y añadió, que "por otro lado, el libro está escrito espléndidamente, suficiente como para reventarte de risa".
Para esta época, Marx era una figura prominente entre los revolucionarios exiliados que poblaban París en la década de 1840. Marx estaba en términos amistosos con los padres del anarquismo, Joseph Proudhon y Mikhail Bakunin, con quienes conversaba sobre Hegel. La pareja Marx era cercana al poeta Heinrich Heine, a quien persuadió por un periodo de que superara su miedo a las masas y escribiera versos socialistas. Fue sobre Marx y Engels que Heine escribió más tarde: "Los líderes –más o menos ocultos– de los comunistas alemanes, son grandes lógicos, los más potentes de los cuales vienen de la escuela de Hegel; y son sin duda los pensadores más capaces y los personajes más enérgicos de Alemania".

La prominencia de Marx parece haber convencido al gobierno francés, bajo presión prusiana, de expulsarlo de Francia. En febrero de 1845 se tuvo que ir de París a Bruselas. Engels se le unió al poco tiempo, tras dejar su trabajo en la empresa de su familia, para ser un revolucionario de tiempo completo. La colaboración entre Marx y Engels empezó aquí a plenitud. En el verano de 1845 visitaron Inglaterra y después se dedicaron a producir una respuesta final a Bauer y compañía.

Para este momento, los "libres" se habían convertido en individualistas extremos; su actitud se resumía en el libro de Max Stirner Lo individual y sus propiedades (Der Einzige und sein Eigentum, traducido al inglés como The Ego and its Own), para el cual no existía nada excepto el ser individual. Para demoler los argumentos de Stirner, Marx y Engels escribieron entre septiembre de 1845 y agosto de 1846 La ideología alemana. Las seiscientas páginas de La ideología alemana –escritas, principalmente por Marx– hacen eso y mucho más. La primera parte, que debate a Feuerbach, contiene la primera argumentación sistemática del materialismo histórico. Pero los dos autores no pudieron encontrar una editorial que deseara publicar el libro. Marx diría años más tarde: "Abandonamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, pero satisfechos porque habíamos alcanzado nuestro principal propósito: aclararnos a nosotros mismos". La ideología alemana sentó los fundamentos teóricos para la actividad política de Marx y Engels. Argumenta que la posibilidad de una revolución social depende de las condiciones materiales que ha creado el capitalismo. Y que la más importante de estas condiciones, es la clase trabajadora. "El comunismo –escribió Engels en ese tiempo– es la doctrina de las condiciones de la emancipación del proletariado" (CW, VI, 341).
Habiendo formulado su teoría de la revolución, Marx y Engels se metieron de lleno a la actividad política. Concentraron su atención en la Liga de los Justos, una organización secreta internacional que consistía principalmente de artesanos alemanes que vivían fuera de su país. La influencia dominante de la Liga era Wilhelm Weitling, un sastre cuya visión del socialismo era extremadamente confusa y quien pensaba que el comunismo nunca ganaría a la gran masa de los trabajadores: una minoría revolucionaria debía tomar el poder en representación de las masas. Weitling compartía esta postura elitista con Augusto Blanqui, el gran revolucionario francés. La Liga había sido prohibida en Francia tras tomar parte en una insurrección fallida, dirigida por Blanqui en 1839. Sus cuarteles se movieron a Londres, donde la organización se dividió entre los seguidores de Weitling, y un grupo que creía que el socialismo solo sería posible mediante un proceso de educación gradual y pacífico.
En febrero de 1846 Marx y Engels organizaron el Comité de Correspondencia Comunista, con el fin de lograr el control de la Liga de los Justos. En una reunión tormentosa del comité, Marx dijo a Weitling que "hacer un llamado a los trabajadores sin ideas científicas firmes ni una doctrina constructiva... equivale a jugar al predicador, llana y deshonestamente, lo cual supone de un lado a algún profeta inspirado, y del otro, sólo a bobos". Defendiéndose, Weitling atacó a la teoría y a los teóricos, a lo cual Marx respondió: "¡La ignorancia todavía no ha ayudado a nadie!".
Un conocido de Marx que estaba presente en esta reunión, Paul Annenkov, ha dejado una descripción del hombre a los veintiocho años:
Marx mismo era el tipo de hombre hecho de energía, voluntad y convicción indestructible. Su apariencia llamaba especialmente la atención. Tenía una mata de pelo muy negro y manos vellosas, y su abrigo estaba mal abotonado; pero parecía un hombre con el derecho y el poder de exigir respeto, no importa cómo apareciera ante uno ni lo que hiciera. Sus movimientos eran torpes pero confiados y seguros, sus modos siempre desafiaban las convenciones usuales en las relaciones humanas, pero eran dignos y hasta un poco despectivos; su voz metálica y aguda se adaptaba perfectamente a los juicios radicales que pasaba sobre personas y cosas.
Otro contemporáneo escribe de Marx en esta época:
Marx era de nacimiento un líder del pueblo. Su discurso era breve, convincente y de lógica poderosa. Nunca decía una palabra superflua; cada oración contenía una idea y cada idea era un vínculo esencial en la cadena de su argumento. Marx no tenía nada de soñador.
Este formidable intelecto se activó para refutar lo que Marx y Engels consideraban versiones erróneas del socialismo, comunes en el movimiento de los trabajadores alemanes de entonces. Una de las críticas era dirigida a los "socialistas verdaderos", es decir, intelectuales que habían descubierto el "problema social" luego de la rebelión de los tejedores, y creían que la sociedad podría ser transformada a través de la transformación moral de la masa del pueblo. Otra crítica era dirigida a Proudhon. Marx le escribió a éste en mayo de 1846 invitándole a que fuese el corresponsal en París del comité establecido en Bruselas. Proudhon contestó con una carta de tono paternalista en que se dirigía a "mi querido filósofo" y donde se oponía a la revolución, prefiriendo "quemar la propiedad a fuego lento". En 1847 Marx publicó Miseria de la filosofía, donde arremetía contra el libro de Proudhon El sistema de las contradicciones económicas, el cual tenía como subtítulo "La filosofía de la miseria".
Después de largas maniobras Marx y Engels lograron tomar control de la Liga de los Justos. Un congreso en junio de 1847 transformó la Liga de sociedad secreta conspirativa en organización abiertamente revolucionaria, la Liga Comunista. Su lema ya no sería "Todos los hombres son hermanos" (Marx decía que había muchos hombres de quienes no quería ser hermano) sino "¡Trabajadores de todos los países, únanse!". El segundo congreso de la Liga Comunista, que se reunió en diciembre de 1847, instruyó a Marx y Engels a que redactaran un manifiesto que diese a conocer sus principios. El resultado fue el Manifiesto del partido comunista, escrito por Marx en febrero de 1848 y publicado ese mes en Londres. Este empieza con las palabras: "Un fantasma recorre a Europa, el fantasma del comunismo" (CW, VI, 481). Era la primera exposición popular del marxismo y es, por mucho, el más famoso de todos los escritos socialistas. En el momento en que apareció el Manifiesto, Europa era atravesada por explosiones revolucionarias. En febrero, Luis Felipe fue destronado en Francia y proclamada la Segunda República; en marzo, hubo levantamientos en Viena y Berlín. La Europa reaccionaria de la Santa Alianza se hundía de pronto. A principios de marzo el temeroso gobierno de Bélgica expulsó a Marx del país. Tras una breve estadía en París, Marx regresó a Alemania para ser editor en jefe de la Neue Rheinische Zeitung ("Nueva Gazeta Renana"), con base en Colonia igual que su predecesor. Según Engels "el ordenamiento editorial era sencillamente la dictadura de Marx". Werner Blumenburg escribe sobre la Neue Rheinische Zeitung que "con sus 101 números, es no sólo el mejor periódico de ese año revolucionario; se ha mantenido como el mejor periódico socialista en Alemania".
Las revoluciones de 1848 representaron el momento en que la lucha entre el capital y el trabajo cobró mayor importancia que la lucha entre la burguesía y las viejas clases terratenientes feudales. Esto fue confirmado por los eventos de junio de 1848 en París, cuando un levantamiento obrero fue cruelmente aplastado por el gobierno republicano. Marx escribió en aquel momento: "fraternité, la hermandad entre clases antagonistas, una de las cuales explota a la otra, esta fraternité que en febrero había sido proclamada y escrita en letras grandes en las fachadas de París, en cada prisión y en cada barraca, esta fraternité halló en la guerra civil su expresión verdadera, ni adulterada ni prosaica, la guerra civil en su aspecto más terrible, la guerra del trabajo contra el capital" (CW, VII, 144 a 147).
Marx y Engels siguieron pensando, sin embargo, que en la atrasada Alemania la burguesía podía ser presionada para jugar un papel revolucionario, como lo habían hecho las burguesías de Inglaterra y Francia. Con varios cientos de miembros, la Liga Comunista se hallaba de pronto sumergida en el movimiento de masas que siguió a la revolución de marzo en Berlín. En vez de "predicar el comunismo en algún pasquín provincial... y fundar una secta minúscula en lugar de un gran partido de acción", como escribió Engels muchos años más tarde, él y Marx decidieron "asumir el rol de la extrema izquierda de la burguesía, para empujarla hacia adelante" (SW, III, 166). De hecho, la Liga fue disuelta y Marx y Engels hicieron de la Neue Rheinische Zeitung la base de su acción política. Su "programa político", explicó Engels, "consistía de dos puntos principales: una república alemana indivisible y democrática, y el impulso de la guerra contra Rusia" (SW, III, 166).
La Rusia del zar Nicolás I era el Estado contrarrevolucionario más poderoso de Europa, y sus ejércitos jugaron una función crucial en restaurar el orden en 1848-49. Marx y Engels esperaban que una Alemania republicana podría liberar a Europa, lanzando una guerra contra las potencias reaccionarias, como habían hecho los jacobinos franceses en la década de 1790. Pero estas esperanzas fueron frustradas. Aterrorizada por el ascenso del movimiento obrero, la burguesía alemana se alineó con la monarquía prusiana. La Neue Rheinische Zeitung tuvo que informar cómo la contrarrevolución triunfaba en un país tras otro: Austria, Bohemia, Hungría, Francia, y la misma Alemania.
Como resultado, mantener el periódico resultó muy cuesta arriba para Marx. En febrero de 1849, él y otros editores del rotativo fueron procesados sucesivas veces en los tribunales, aunque absueltos gracias al jurado. Finalmente, en mayo las autoridades prusianas cerraron el periódico y expulsaron a los editores. La última edición, del 19 de mayo de 1849, fue impresa totalmente en rojo. El editorial, redactado por Marx, concluía: "Al despedirnos, los editores de la Neue Rheinische Zeitung agradecen a los lectores el apoyo que han demostrado. Nuestra última palabra, donde quiera que estemos y siempre, será: ¡Libertad para la clase trabajadora!" (CW, IX, 467).

El exiliio y la "maldita existencia"..

Una vez desterrado de Alemania Marx se dirigió a París y de ahí, en agosto de 1849, a Londres. Al principio esperaba un exilio breve, creyendo que la derrota de la revolución era temporal. Al poco tiempo Engels se le unió, después de haber participado en la fracasa defensa del último bastión republicano de Alemania en contra de la invasión prusiana, la región del Palatinado.
Los dos amigos estuvieron activos en revivir la Liga Comunista, cuyo comité central ahora estaba en Londres. Crearon una nueva publicación, la Neue Rheinische Zeitung, Politisch-Oekonomisch Revue ("Nueva Gaceta Renana; Revista de Economía Política"). Aquí Marx publicó La lucha de clases en Francia, un análisis de la revolución de 1848-49. En marzo de 1850 redactó un pronunciamiento del comité central de la organización que declaraba que "la revolución.., se acerca" (CW, X, 279). Al mes siguiente la Liga entabló una alianza con el grupo de Blanqui, la Sociedad Universal de los Comunistas Revolucionarios, cuyo objetivo era "el derrocamiento de todas las clases privilegiadas y el sometimiento de estas clases a la dictadura del proletariado, mediante un proceso en el cual la revolución se mantenga en progreso continuo y permanente hasta alcanzar el comunismo" (CW, X, 614).

Este optimismo revolucionario se iría evaporando a medida que avanzó el año 1850. En junio Marx obtuvo un boleto de entrada a la Sala de Lectura del Museo Británico. Una vez allí, se metió de lleno en estudios económicos intensos, usando especialmente la revista The Economist (como muchos lo han hecho después de él). Una conclusión que extrajo, elaborada extensamente en el último número de la Revue, fue que no había perspectivas inmediatas de revolución. Los levantamientos de 1848 habían tenido de trasfondo la crisis económica general de Europa a partir de 1845. Sin embargo, en 1850 la economía mundial había entrado en una nueva fase de expansión, estimulada por desarrollos tales como el descubrimiento de oro en California y el salto en las comunicaciones gracias al barco de vapor:
Con esta prosperidad general, en que las fuerzas productivas de la sociedad burguesa se desarrollan tan lujosamente como es posible dentro de las relaciones burguesas, es imposible hablar de una revolución real. Tal revolución es posible sólo en los periodos cuando chocan entre sí estos dos factores, las fuerzas productivas modernas y las formas burguesas de producción... Una nueva revolución es posible sólo a consecuencia de una nueva crisis. Es, no obstante, tan segura como la crisis (CW, X, 510).
Este análisis pesimista provocó disgusto y horror entre los otros dirigentes de la Liga Comunista. Después de un amargo debate en una reunión del comité central el 15 de septiembre de 1850, Marx y Engels se retiraron de la Liga, la cual de cualquier forma resultó destruida en mayo siguiente, tras una batida de arrestos en Prusia. Marx se movilizó rápidamente en apoyo de los miembros de la Liga que fueron juzgados y publicó un folleto que (típicamente) terminó siendo un libro corto, Revelaciones sobre el juicio contra los comunistas en Colonia.
Sin embargo, desde el punto de vista práctico, Marx dejó de tomar parte en la actividad política y compartía sólo breves momentos con uno que otro exiliado, de los muchos que se congregaban en Londres después de las revoluciones de 1848. "Estoy muy contento con el aislamiento público y genuino en el que también nosotros, tú y yo, nos encontramos", escribió a Engels en febrero de 1851, y agregaba:
Esto se adapta perfectamente a nuestra posición y nuestros principios. Hemos terminado ya con el sistema de maniobras, con las medias verdades que se admiten por cortesía, y con nuestro deber de compartir el ridículo público en el partido, con todos esos tontos.
Retirarse del activismo liberó a Marx para concentrarse en sus estudios de economía. Retomó su trabajo para un gran libro sobre "economía" que había decidido escribir desde 1845, pero había abandonado por estar dedicado al activismo político. Buena parte del año 1851 la pasó en el Museo Británico; llenó catorce libretas con extractos de lo que leía sobre economía política. "Cuando lo visitas –escribió un conocido– te recibe con conceptos económicos en vez de saludos". En abril de 1851, Marx dijo a Engels: "He avanzado tanto que en cinco semanas habré acabado con toda esta mierda económica. Una vez haga eso trabajaré en casa en mi Economía y me meteré a estudiar otra ciencia en el Museo. Me estoy empezando a cansar". Cuando Marx murió, treinta y dos años después, su "Economía" estaba aún sin terminar. Dejó los manuscritos de dos de los tres volúmenes de El capital para que Engels los editara. Una causa de la lentitud era que Marx era un perfeccionista; constantemente rescribía y expandía lo que escribía, y leía más y más libros y artículos, de manera que sus investigaciones parecían no tener fin. Otra causa era la necesidad de analizar y comentar los acontecimientos del momento. En 1852 Marx publicó una de sus obras más brillantes, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, que explicaba cómo la Segunda República francesa había dado curso al Segundo Imperio de Napoleón III.
Pero aquellos años fueron dominados por la presión extrema de la pobreza. A la familia Marx le faltaba el dinero constantemente. Entre 1850 y 1856 la familia vivió en el número 64, y después en el 28, de la calle Dean, en el barrio Soho de Londres. Allí murieron tres de sus seis hijos. La vida era una lucha constante con los acreedores: el banquero, el carnicero, el panadero, el verdulero, el lechero. Parece que 1852 fue el peor año. Cuando su hija Franziska murió en esa Semana Santa, Jenny Marx tuvo que pedir dinero prestado para el ataúd a un exiliado francés. En diciembre Marx dijo a un corresponsal que no podía salir de la casa, porque había empeñado su abrigo y sus zapatos. Pero el golpe más duro vino en abril de 1855, cuando el hijo de ocho años, Edgar, murió de tuberculosis. Unos meses después Marx escribió a Ferdinand Lasalle:
Bacon dice que los hombres realmente importantes se recuperan fácilmente de las pérdidas, porque tienen muchas relaciones con la naturaleza y con el mundo. No pertenezco a esos hombres importantes. La muerte de mi hijo ha destrozado mi corazón y mi mente, y todavía siento esa pérdida tan vivamente como el primer día. Mi pobre esposa también está destruida.
Fue durante este periodo terrible en que Helene Demuth, una sirvienta de la familia Von Westphalen, quien desde 1845 había trabajado en la casa de la familia Marx, tuvo un hijo "ilegítimo", Frederick, cuyo padre casi seguramente fue Marx. El escándalo fue silenciado: Engels aceptó asumir la paternidad del niño y reveló el secreto a Eleanor Marx sólo en su lecho de muerte, en 1895. El asunto deja ver que el mismo Marx no era del todo hostil a las convenciones de la respetabilidad burguesa. De hecho, él y Jenny siempre procuraron vivir en una casa de tipo clase media, con todo y Helene como fiel criada. Las tres hijas sobrevivientes, Jenny, Laura y Eleanor, fueron criadas como buenas niñas burguesas, en la medida en que se pudo. Esto no debería ser motivo de asombro, puesto que no hay forma en que los individuos escapen de las presiones de la sociedad en que viven, no importa cuánto se opongan a dicha sociedad.
En 1856 Jenny Marx recibió dos modestas donaciones que permitieron a la familia mudarse de su apretada vivienda en Soho, al número 9 de Grafton Terrace en Londres, que era –como dijo ella– "una pequeña casa al pie del romántico Hampstead Heath, no muy lejos de la agradable área de Primrose Hill". Pero sus problemas estaban lejos de acabar. Marx escribió en enero de 1857: "No tengo la menor idea de qué haré ahora; estoy en una situación todavía más desesperada que hace cinco años. Pensaba que había tenido que tragar lo peor. Mais non".
Más o menos un año después le dijo a Engels que "no hay estupidez más grande para la gente de aspiraciones generales, que casarse y rendirse a las miserias pequeñas de la vida privada y doméstica". En 1862 las cosas estaban tan mal, que Marx trató de obtener empleo como dependiente de trenes: su letra era tan ilegible que no lo aceptaron. Pocos meses después escribió:
Todos los días mi esposa me dice que quisiera que las niñas estuviesen muertas y enterradas. Y realmente no puedo discutir con ella. Puesto que hay que sufrir humillaciones, penurias y temores verdaderamente indescriptibles... Más aún siento lástima por las niñas, porque todo esto ha ocurrido durante la temporada de "exposiciones", cuando todos sus amigos están divirtiéndose, mientras ellas tienen miedo de que alguien nos visite y vea esta porquería.
La familia Marx puedo sobrevivir aquellos años gracias al apoyo constante y sacrificado de Engels. Este último había regresado a Manchester en noviembre de 1850, para volver a su trabajo en Ermen & Engels. Lo hizo contra sus deseos, y ello se deja ver en una carta a Marx en enero de 1845: "Es horrible esta codicia por el más mínimo centavo... es horrible continuar siendo no sólo un burgués sino un industrial, un burgués en oposición activa al proletariado". El biógrafo de Engels, Gustav Mayer, escribe:
Un hombre que escribía tan bien como Engels no debía preocuparse por su futuro. Si regresó al "maldito negocio", sin embargo, fue por Marx; puesto que Engels sentía que el gran talento de Marx era de importancia vital para el futuro de la causa. Marx no podía aislarse con su familia: no puede ser víctima de la vida del exilio. Para evitar esto, Engels regresó con gusto al escritorio de oficina.
De no haber sido por las ayudas de Engels, la familia Marx hubiese desaparecido sin dejar rastro. Tras enviar a imprenta el primer tomo de El capital, Marx reconoció esta deuda:
Sin ti yo no hubiera terminado el libro, y te aseguro que siempre ha sido una carga sobre mi conciencia pensar que tú, principalmente por mí, gastabas tu brillante potencial en la rutina de la oficina y tenías que compartir mis petites miséres.
Pero la importancia de Engels para Marx iba mucho más allá que ser una fuente de ingresos. Engels siempre insistía en que él era el socio menor en la relación. Sin embargo, enriqueció la colaboración con no pocos dones. Tenía una mente ágil y viva, y se había desarrollado como comunista revolucionario más rápido que Marx. ("Sabes que soy lento para entender las cosas", escribió este último veinte años después, "y que siempre te sigo las huellas"). Escribir no era para Engels el proceso trabajoso que era para Marx; escribía con fluidez y rapidez. Tenía habilidad especial para los idiomas y gran interés en las ciencias naturales. Se ha afirmado, además, que sus juicios históricos fueron casi siempre más acertados que los de Marx, y que tenía un conocimiento más profundo de la historia europea. Más aún, era más que Marx, un hombre de acción (su apodo entre la familia Marx era "el general" por su interés en cuestiones militares) y tenía mucho más de organizador práctico. En estos sentidos su talento complementaba al de Marx.
Pero incluso la compañía y colaboración económica de Engels, no impidieron el efecto de las luchas y privaciones de las décadas de 1850 y 1860. Parece seguro que Jenny Marx fue quien más sufrió. Estaba con frecuencia enferma físicamente y las duras experiencias tuvieron también un efecto mental, según se ve en esta carta de ella dirigida a Marx: "Mientras tanto me siento aquí y me hago pedazos. Karl, la cosa está peor que nunca... Me siento aquí y casi todo lo que hago es secarme las lágrimas, y no puedo encontrar ayuda. Mi cabeza se está desintegrando". Tan temprano como en 1851 Marx dijo a Engels:
En casa todo está desestabilizado constantemente, las lágrimas me exasperan a veces por noches enteras; me desesperan totalmente... Me da pena mi esposa. El peso mayor cae sobre ella, y au fond [en el fondo] ella tiene razón... Como quiera recuerda que soy tris peu endurant [impaciente] y quelque peu dur [más bien duro], de modo que a veces pierdo la paciencia.
Como se entrevé, la reacción de Marx a las circunstancias de la casa era retirarse a sus cosas, y adoptar un exterior frío y duro. Se describía a sí mismo como "de naturaleza fuerte" y dijo a Engels que "en estas circunstancias, en general sólo puedo salvarme por la vía del cinismo". Sin embargo cayó víctima de varias dolencias físicas: insomnio, ataques en el hígado y la vesícula biliar, y carbúnculos o forúnculos ("Espero que la burguesía se acuerde para siempre de mis forúnculos"). Su trabajo se detenía a menudo a causa de la ansiedad por las angustias de la casa y los problemas del hígado. Mientras trabajaba en los Grundrisse –las notas para la primera redacción de El Capital– en 1858, escribió a Engels: "La situación está ya insoportable... Estoy totalmente impedido respecto a mi trabajo, en parte porque pierdo la mayoría del tiempo buscando la manera de hacer algún dinero, y en parte (quizá como resultado de mi debilidad física) porque los problemas de la casa hacen muy difícil mi concentración intelectual. Los nervios de mi esposa están arruinados por esta porquería". Werner Blumenburg señala:
Muchas veces se ha planteado la pregunta de por qué Marx no pudo terminar su obra maestra, El capital, al cual dedicó tres décadas de su vida, y se ha pensado que la razón residía en dificultades teóricas. Pero las circunstancias de la vida del autor hacen que parezca más bien un milagro el hecho de que fue capaz de hacer tanto.
Seguramente sus sufrimientos hicieron a Marx más suspicaz frente a la gente, y duro y áspero en la forma en que se refería a otros. En su correspondencia con Engels se notan expresiones brutales, y a veces antisemitas, al referirse a Lasalle, el dirigente socialista alemán; reflejan no sólo sus diferencias políticas sino además un gran resentimiento hacia un individuo que se movía en círculos elegantes, era rico y gozaba de popularidad. La relación entre ambos nunca se recuperó de la ocasión, en 1862, en que Lasalle visitó el hogar de Marx y éste último enfureció al ver que gastaba una libra esterlina diaria sólo en sus cigarros, mientras Jenny (Marx relató a Engels) "tuvo que empeñar prácticamente todo lo que no estuviese clavado" para ofrecer a la visita las cosas que le gustaban.
A principios del año entrante la actitud endurecida y cínica de Marx casi le cuesta su amistad con Engels. Este último le escribió de la muerte de su compañera, Mary Bums, y Marx contestó con una carta que, después de algunas condolencias más bien formales, hablaba largamente sobre sus recientes dificultades económicas. Fue solamente después de una pelea de la familia con Marx y de las más dedicadas excusas, que Engels, comprensiblemente herido, se reconcilió.
Los escritos de Marx durante la década de 1850 dejan ver las circunstancias. En esos años a Engels le fue imposible hacer envíos a la familia Marx de más de una o dos libras esterlinas. De manera que Marx buscó algún dinero escribiendo para el New York Daily Tribune (muchos de estos artículos fueron en realidad escritos por Engels, cuyo inglés era al principio mejor que el de Marx). Los juicios de Marx no eran siempre del todo confiables. Cuando Inglaterra y Francia fueron a la guerra contra Rusia en Crimea (1854-56), Marx, quien era fanáticamente antiruso, dada la función central del Zar en la reaccionaria Santa Alianza, creó una dudosa alianza con un excéntrico miembro del parlamento británico por el Partido Conservador, David Urquhart, cuyo periódico Free Press, de Londres, publicó artículos de Marx. También en alguna ocasión se dejó arrastrar a los pequeños conflictos entre los exiliados, notablemente cuando un agente del gobierno francés publicó un folleto con difamaciones sobre él. El resultado fue un libro de trescientas páginas, Herr Vogt ["El Señor Vogt"] (1860), en que Marx hace gala de su capacidad para el abuso.
Pero no debería exagerarse la tristeza de aquellos años. Hubo también paseos dominicales a Hampstead Heath con familia y amigos para leer el periódico del domingo, montar en burro y recitar a Dante y a Shakespeare. Marx estaba lejos de ser un socialista ascético. Le gustaba tomar un trago (prefería el vino, pero podía aceptar la cerveza). En una ocasión memorable Marx, Edgar Bauer –un viejo amigo de sus días de joven hegeliano– y Wilhelm Liebknecht fueron de pub en pub a través de Londres, desde la calle Oxford hasta Hampstead Road. Todo fue bien hasta que llegaron a Tottenham Court Road, donde casi tienen una pelea con otro grupo y lanzaron piedras a los postes de la luz. La policía llegó, todos salieron corriendo y parece que pudieron escapar en buena medida gracias a la velocidad de Marx.

Un policía encubierto prusiano que visitó a Marx en la calle Dean en 1852, describió así la casa:
A pesar de su carácter rudo e incansable, como padre y esposo Marx es el hombre más delicado y cariñoso... Cuando uno entra a la habitación de Marx el humo del tabaco humedece los ojos, de forma tal que por un momento parece que uno estuviera a tientas en una caverna; pero poco a poco, en la medida en que uno se acostumbra al humental, puede ir reconociendo algunos objetos que se distinguen entre el vaho. Todo está sucio y cubierto de polvo, de modo que sentarse se convierte en una empresa peligrosa. Allí hay una silla con sólo tres patas y allá, en otra silla, hay niñas jugando a cocinar; parece que esta silla tiene cuatro patas. Y es ésta la que se ofrece a la visita, sin que se limpie la cocina de las niñas, de modo que sentarse es arriesgar los pantalones. Pero nada de esto le causa vergüenza a Marx o a su esposa. Uno es recibido del modo más amistoso, y amablemente se le ofrecen pipas y tabaco y de todo lo que haya; eventualmente surge una conversación viva y agradable que compensa las deficiencias domésticas, lo cual hace tolerable la incomodidad. Finalmente uno se acostumbra a la compañía y la encuentra interesante y original. El Capital y la Primera Internacional

El 1857 la economía mundial entró en la crisis que Marx había previsto que seguiría a la prosperidad de los primeros años de la década de 1850. Engels estaba contento. Mientras todo era desesperanza en el mercado de valores de Manchester, dijo a Marx: "La gente está preocupada por mi súbito y extraño buen humor". Los dos amigos esperaban que la depresión económica reviviría al movimiento revolucionario. "En 1848 dijimos: 'Ahora viene nuestro momento', y en cierto modo vino –escribía Engels– pero ahora está viniendo completamente: es una lucha de vida o muerte. Mis estudios militares se harán pronto más prácticos".
Pobre de las esperanzas de "El General". No hubo revolución en 1858. Pero la crisis tuvo el efecto de dar ánimos a Marx para que siguiera sus estudios sobre economía. En diciembre de 1857 dijo a Engels: "Estoy trabajando como loco por las noches en una síntesis de mis estudios económicos, de modo que antes de que venga el diluvio, tendré claro por lo menos el esbozo principal". Fortalecido con limonada y "una gran cantidad de tabaco", Marx logró producir entre agosto de 1857 y marzo de 1858 la obra conocida hoy como Grundrisse, que es una redacción primaria de El capital.
Aunque Lasalle halló una editorial dispuesta a publicar el manuscrito, Marx pensó que el mismo era muy confuso ("en cada cosa que escribí ahí podría detectar la enfermedad del hígado", dijo a Lasalle). De esta manuscrito sólo apareció, en vida de Marx, la primera parte, sobre el dinero, que fue reescrita y publicada junio de 1859 como Contribución a la crítica de la economía política. El Prefacio de este libro contiene un señalamiento de Marx en torno a su propio desarrollo intelectual y sobre los principios básicos del materialismo histórico.
El capital fue tomando forma en los ocho años siguientes, durante los cuales la familia Marx sufrió algunas de sus peores crisis y Marx retornó seriamente a la actividad política, por primera vez desde 1850. Inicialmente Marx había pensado que la Contribución fuese meramente una introducción a su "Economía", que a su vez estaría constituida por seis tomos: 1) El capital, 2) Propiedad sobre la tierra, 3) Trabajo asalariado, 4) El estado, 5) Comercio internacional y 6) El mercado mundial. Entre agosto de 1861 y julio de 1863, Marx se puso a continuar la Contribución. El resultado fueron veintitrés libretas que sumaban 1.472 páginas, la obra conocida como el manuscrito de 1861-63, el cual todavía no ha sido traducido al inglés por completo. La investigación de Marx en este periodo le llevó a cambiar su parecer sobre el libro de "Economía" que tenía en mente. En los Grundrisse había descubierto el concepto del plusvalor, la clave de su teoría económica, pero fue en el manuscrito de 1861-63 que formuló su teoría de la ganancia. Marx abandonó el esquema de los seis tomos y decidió llamar a toda la obra El capital. El libro sería dividido en cuatro tomos, sobre producción, circulación, el sistema como un todo y teorías sobre el plusvalor, e integraría mucho del material de los tomos posteriores de su "Economía".
Las finanzas de la familia mejoraron en 1863-64 gracias a dos entradas, una de la madre de Marx y la otra de su viejo compañero Wilhelm Wolff. A éste último está dedicado el primer tomo de El capital. Con este dinero la familia se mudó de Grafton Terrace a una casa cercana más grande, en el número 1 de Maitland Park Road. Pero el dinero se acabó pronto y Engels tuvo una vez más que sacar de su bolsillo. Encima de las nuevas preocupaciones económicas, Marx sufrió terriblemente de los forúnculos a partir de 1863. Tomaba dosis de arsénico, creosota y opio, y a veces él mismo se cortaba dichos forúnculos. A pesar de todas estas distracciones, Marx escribió entre 1864 y 1865 los manuscritos de los tomos 1, 2 y 3 de El capital. No pudo trabajar en el tomo 4, pero las secciones pertinentes del manuscrito de 1861-63 fueron publicadas tras su muerte como Teorías sobre la plusvalía.
En 1865 Marx firmó contrato con Meissner & Behre, una editorial de Hamburgo. Bajo la insistencia de Engels, pasó buena parte de 1866 editando la impresión del tomo 1 de El capital. Cuando un satisfecho Engels supo que el primer paquete de manuscritos ya había sido enviado a Meissner tomó "un trago especial" en celebración. El 16 de agosto de 1867 Marx anunció que terminaba de corregir la prueba del tomo 1.
Esto ha sido posible sólo gracias a ti. Sin tu sacrificio por mí, nunca hubiese podido hacer esta obra enorme de tres volúmenes. Te abrazo, enormemente agradecido. Adjunto dos hojas de pruebas corregidas. Recibí las 15 libras, muchas gracias. ¡Saludos, mi querido y amado amigo!
Algunas semanas después salió a la luz el libro; su primera edición fue de mil copias.
A mediados de la década de 1860 una serie de acontecimientos políticos desviaron a Marx de sus estudios sobre economía. Aunque no se había producido la revolución que Marx y Engels esperaban en 1857-58, los primeros años de la década siguiente vieron una reanimación del movimiento obrero europeo. El sindicalismo avanzó en Gran Bretaña y Francia, mientras en Alemania Lasalle encabezaba la primera organización política obrera de masas en ese país, la Unión General de los Trabajadores Alemanes. Los sucesos políticos estimularon a los trabajadores a pensar en términos de solidaridad internacional. La guerra civil en Estados Unidos, aunque provocó una depresión en la industria del algodón en Inglaterra, estimuló entre los trabajadores textiles de Lancashire un gran apoyo a la causa del norte. En Polonia, la insurrección de 1863 contra el colonialismo ruso se ganó el respaldo de socialistas y demócratas a través de Europa.
Fue en este clima que se creó la Asociación Internacional de Trabajadores, es decir, la Primera Internacional. En julio de 1863 una delegación de obreros franceses, seguidores de Proudhon, asistió en Londres a una manifestación masiva en solidaridad con Polonia, que habían convocado los sindicatos ingleses. Los contactos que siguieron llevaron el 28 de septiembre de 1864 a una gran reunión en el St. Martin's Hall de Londres, y allí se constituyó la Internacional. Marx fue uno de los treinta y cuatro miembros electos al consejo general. No pasó mucho tiempo antes de que en la práctica fuese su dirigente; escribió la mayoría de los manifiestos y pronunciamientos de la Asociación y asumió mucho del trabajo administrativo y de correspondencia.
La Internacional era, sin embargo, un gallinero diferente a la Liga Comunista. Werner Blumenburg señala:
La Liga Comunista había sido una sociedad propagandística secreta en que Marx gozaba de poderes dictatoriales. Pero la Internacional era una unión de organizaciones independientes (y celosamente independientes) de trabajadores de diversos países. Marx no gozaba de poderes dictatoriales; era uno más entre los miembros del consejo general. Siempre había que convencer a los otros miembros, puesto que en la Internacional había muchas otras corrientes de pensamiento. Había seguidores de Fourier, Cabet, Proudhon, Blanqui, Bakunin, Mazzini y del mismo Marx. Había todo tipo de matices de opinión, desde pacíficos socialistas utópicos hasta anarquistas para quienes la revolución era una cuestión de combate en las barricadas. Estaban los dirigentes sindicalistas ingleses, cuyas organizaciones sindicales –el principal punto de apoyo de la Internacional– se basaban en un sector de la sociedad en que aún era fuerte el viejo orgullo de oficio de los gremios. Estaban los alemanes, fácilmente organizados y disciplinados, y también los fogosos revolucionarios de los países latinos.
Estas diferencias políticas –eventualmente– condenaron a la Internacional, pero sus primeros cinco años fueron considerablemente exitosos. La efectividad de la Internacional en impedir el uso de rompehuelgas extranjeros en contra de una huelga de sastres en Gran Bretaña, en 1866, le ganó apoyo entre los sindicalistas y cumplió una función importante en la Liga para la Reforma, creada –con respaldo de los sindicatos– para exigir el derecho universal al voto. Los congresos sucesivos de la Internacional (en Londres en 1865, Ginebra en 1866, Lausanne en 1867, Bruselas en 1868 y Basilea en 1869) adoptaron posiciones sobre una diversidad de temas, por ejemplo, la duración de la jornada de trabajo y el trabajo de los niños. Sus actividades contra los rompehuelgas a través de Europa, que no fueron pocas, fueron efectivas.
Marx desató una lucha ideológica para influir sobre la Internacional, especialmente contra los seguidores de Proudhon. Fue ante el consejo general que Marx leyó, en junio de 1865, la conferencia que vendría a ser el folleto Salario, precio y ganancia. Allí indica que, contrario a los argumentos de John Weston –un seguidor de Robert Owen– los sindicatos pueden conquistar mayores salarios para los trabajadores. Por otro lado, en 1869 las ideas de Marx lograron el respaldo de una organización en su país natal, lo cual no había ocurrido desde la división de la Liga Comunista casi veinte años antes, con la formación en la ciudad de Eisenach del Partido Socialdemócrata de Trabajadores, bajo la dirección de Wilhelm Liebknecht y August Bebel. La otra gran organización política obrera en Alemania, la ADAV de Lasalle, se mantenía por su parte al margen de la Internacional.
Dos sucesos alteraron decisivamente el curso de la Internacional. El primero fue la guerra que estalló entre Francia y Prusia en julio de 1870. El triunfo veloz y aplastante de Prusia provocó en Francia la abdicación de Napoleón III y la proclamación de la Tercera República. Pero el carácter reaccionario del gobierno provisional francés bajo Thiers llevó, en marzo de 1871, a los obreros de París a tomar las armas y proclamar su propio gobierno, la Comuna. Thiers se replegó a la ciudad de Versalles y luego desplegó un ejército que venció a la Comuna, ahogando en sangre el levantamiento popular a pesar de la heroica defensa por parte de los trabajadores parisienses.
La Internacional tuvo poca influencia sobre la Comuna de París. El mismo Marx había tenido dudas de que ésta tuviese posibilidades reales de éxito. Sin embargo, se movilizó en su defensa. Tres días después de la caída de la Comuna, el 30 de mayo de 1871, el consejo general promulgó un discurso titulado La guerra civil en Francia, redactado por Marx. Uno de los mejores escritos de Marx, cuyo contenido es un emotivo reconocimiento a los comuneros, una denuncia implacable de sus asesinos y una elaboración singular de la teoría marxista del Estado, la cual más tarde inspiraría El estado y la revolución de Lenin.
Tras la caída de la Comuna sobrevino una gran persecución contra los socialistas a nivel internacional. Uno de los blancos principales de la campaña fue, naturalmente, la Internacional. La prensa sacó a Marx de la oscuridad y lo llevó a la notoriedad como el "doctor rojo" que había manipulado la Comuna como si fuese un teatro de marionetas y, según uno de los relatos más sensacionalistas, era un agente prusiano del gobierno de Bismarck. La guerra civil en Francia fue un éxito; se vendieron 8.000 copias. Un resultado, sin embargo, fue que los sindicatos de Inglaterra, que en este momento representaban principalmente a una elite relativamente artesanal y privilegiada, retiraron su respaldo a la Internacional. Odger y Lucraft, los miembros ingleses del consejo general, renunciaron después de la publicación de La guerra civil en Francia.
El segundo y más fuerte golpe a la Internacional resultó de la actividad de Bakunin. Aristócrata ruso que había sido primero hegeliano ortodoxo y uno de los jóvenes hegelianos en las décadas de 1830 y 1840, Bakunin había concluido en 1842 que "la urgencia de destruir, es una urgencia creativa". En esta posición esencialmente anarquista, se mantuvo por el resto de su vida. Después de los levantamientos de 1848 Bakunin cayó en manos del régimen del Zar y fue encarcelado en la tenebrosa fortaleza de Pedro-Pablo, donde escribió una "Confesión" secreta dirigida al zar Nicolás I como su "padre espiritual". En 1861 arribó a Londres tras escapar de Siberia.
Marx había estado en términos amistosos con Bakunin durante la década de 1840; le envió, como "un viejo hegeliano" una copia del primer tomo de El capital. Sin embargo representaban polos opuestos. Herzen, compañero de exilio de Bakunin, escribió que "a la pasión de Bakunin por la propaganda, por la agitación, por la demagogia si se prefiere, a su actividad incesante de fundar y organizar conspiraciones y complots, y establecer relaciones a las cuales atribuía una importancia inmensa, se añadía estar listo para poner en práctica sus ideas, estar listo para arriesgar su vida y ser temerario para aceptar todas las consecuencias". La reacción de Bakunin a la caída de Napoleón III fue correr a Lyons, donde se paró frente a la alcaldía y declaró la abolición del Estado; fue sin embargo removido por la policía. También cayó bajo influencia del siniestro Nechaev, cuyos vínculos con el asesinato fueron inmortalizados por Dostoyevsky en su novela Los endemoniados.
En 1868 Bakunin se unió a la Internacional. Simultáneamente creó la Alianza por la Democracia Social, la cual pronto asumió dentro de la Internacional el papel de "un Estado dentro de otro Estado", en palabras de Engels. Los anarquistas eran especialmente fuertes en las secciones suiza, italiana y española de la Internacional. Las diferencias entre Marx y Bakunin se hicieron más pronunciadas después de la derrota de la Comuna de París. En cierto modo, era una repetición de la división en la Liga Comunista después de 1848. Marx argumentaba que las perspectivas revolucionarias se debilitaban, mientras los bakuninistas llamaban a levantamientos inmediatos en todas partes. La situación llegó a un punto en que Marx estaba convencido de que era insostenible. Tras el retiro efectivo de los sindicatos ingleses –que habían sido un soporte esencial de la organización– decidió disolver la Internacional, lo cual tuvo lugar en el congreso de la Internacional en La Haya, en septiembre de 1872. Este fue, irónicamente, el único congreso de La Internacional al que Marx asistió. Los seguidores de Marx lograron repeler los ataques al consejo general, expulsaron a Bakunin y acordaron trasladar las operaciones de la organización a Nueva York, lo cual la aisló de toda influencia. La Internacional fue formalmente disuelta en 1876.

Los últimos años

Después del colapso de la Primera Internacional, Marx cesó buena parte de su actividad política. Financieramente la familia estaba mejor que lo que había estado antes. En 1869 la parte de la empresa de Ermen compró la de Engels, lo cual significó que "El General" tenía una considerable suma de capital para sostenerse cómodamente él y sostener a la familia Marx. Al año siguiente Engels se mudó a Londres y compró una casa grande en Regents Park Road, a menos de diez minutos de casa de Marx. Por el próximo cuarto de siglo y mucho después de la muerte de su amigo, esta casa sería centro del movimiento obrero europeo.
Retirarse de la Internacional debió liberar a Marx para completar los tomos 2 y 3 de El capital. Trabajó activamente; supervisó de cerca la traducción al francés del tomo I de El capital, revisó los manuscritos originales en alemán para una segunda edición que apareció en 1873 y estudió detalladamente la cuestión agraria en Rusia para sus análisis sobre la renta del tomo 3. (La primera traducción del tomo I de El capital apareció en Rusia en 1872; los censores la dejaron pasar pensando que "muy pocos lo leerán y aún menos lo entenderán", pero fue un éxito rotundo entre los intelectuales radicales).
Según Engels, a partir de 1870 Marx estudió "agronomía, relaciones rurales en América y especialmente en Rusia, el mercado de dinero y la banca, y finalmente ciencias naturales tales como geología y fisiología. Estudios independientes de matemáticas también figuran en las numerosas libretas de extractos de ese periodo" (C, I, 3-4). Pero Marx trabajó poco en los manuscritos de los tomos 2 y 3 de El capital. Los años de "miseria burguesa" habían cobrado su precio. Marx sufría ahora de constantes dolores de cabeza y de insomnio, e iba a viajes regulares de cura; fue anualmente a Karlsbad entre 1874-76. Como señala David McLellan, "estaba ya mental y físicamente exhausto: en resumen, su vida pública había terminado".
Marx estaría exhausto pero no había perdido aquella fuerza mental que le había hecho ser temido y respetado entre los radicales europeos desde la década de 1840. H. M. Hyndman, un ex-miembro del Partido Conservador que terminó siendo uno de los principales difusores (y vulgarizadores) de las ideas de Marx en Gran Bretaña, recordaba "haberle dicho una vez que mientras más viejo me ponía, creía que me hacía más tolerante. '¿Lo es usted?', dijo él, '¿lo es?' Era claro que para él no era así". La intervención más importante de Marx en esos años ocurrió cuando los dos partidos obreros alemanes se fusionaron en 1875, para formar el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). Marx y Engels pensaban que el programa adoptado en el congreso de fundación del nuevo partido, en Gotha, hacía demasiadas concesiones al grupo de Lasalle. En su Crítica del programa de Gotha, Marx llama la atención a los seguidores de sus ideas, y a la vez hace su más importante elaboración sobre la transición del capitalismo al comunismo. (Los líderes del SPD, Bebel y Liebknecht, impidieron la publicación de la Crítica hasta 1891). Marx y Engels entraron a menudo en tensión con los socialistas alemanes. Engels escribió su Anti-Dühring en 1877, para defender las ideas de ambos de Dühring, académico socialista que tenía considerable influencia en el SPD. En 1879 los dos escribieron una carta circular criticando a algunos dirigentes del SPD influenciados por Dühring (incluyendo al futuro padre del "revisionismo", Edward Bernstein), cuya versión del socialismo se distinguía poco de la democracia liberal. Fue en este periodo que Marx declaró "Sólo sé que no soy marxista".
La tranquilidad de los últimos años le vino bien a Marx. Un conocido lo retrata en estos años como
un caballero muy culto del patrón anglo-alemán. Las cercanas relaciones con Heine le han brindado una disposición al buen humor, y a la habilidad para la sátira ingeniosa. Gracias al hecho de que las condiciones de su vida personal eran lo más favorables posible, era un hombre feliz.
En un cuestionario que llenó para sus hijas en 1865 Marx dice que su actividad preferida era de "come-libros". El cúmulo de lecturas de Marx resulta extraordinario. S.S. Prawer, profesor de alemán en la Universidad de Oxford, ha mostrado en un estudio reciente el extremo al cual Marx estudió y se familiarizó con una gran variedad de literatura europea:
Estaba en lo suyo con la literatura de la antigüedad clásica, con la literatura alemana desde la Edad Media hasta la época de Goethe, con los mundos de Dante, Boiardo, Tasso, Cervantes y Shakespeare, los prosistas de ficción franceses e ingleses de los siglos XVIII y XIX; y se mostraba interesado en cualquier poesía contemporánea que pudiese ayudar –como hizo ciertamente la de Heine– a minar la respetabilidad de la autoridad tradicional y a estimular la esperanza de un futuro más justo socialmente. En general, sin embargo, su mirada iba más hacia el pasado que hacia el presente, más hacia Esquilo, Dante y Shakespeare que hacia los escritos de sus propios contemporáneos.
La literatura griega y romana era uno de los especiales amores de Marx. En un periodo de gran tensión mental y física Marx se puso a leer "el relato de Apia sobre las guerras civiles de Roma en el griego original... Espartaco se le aparece como el individuo de mayor importancia de la historia antigua. Un gran general... un personaje noble, un verdadero representante del proletariado antiguo. Pompeyo [el general romano que aplastó la rebelión dirigida por Espartaco] no es más que un mierda".
En un famoso pasaje del Grundrisse Marx se pregunta por qué si "el arte y la épica griegas eran parte de ciertas formas de desarrollo social... todavía nos brindan placer artístico y... cuentan como una norma y un modelo ya inaccesible" (G, 111). Marx también admiraba grandemente a Balzac por retratar de modo tan realista las relaciones entre clases en la Francia posrevolucionaria; uno de sus proyectos irrealizados era hacer un estudio de Balzac.
Las dos hijas mayores de Marx se casaron, Laura con Paul Lafargue, en 1868, y Jenny con Charles Longuet, en 1872. Marx no fue un suegro especialmente fácil. Lafargue en particular tuvo que someterse a cuidadosos interrogatorios antes de que Marx consintiera el compromiso. Pero fue su hija más pequeña Eleanor, o Tussy, como la llamaban en la familia, la que más se parecía a su padre ("Tussy soy yo", dijo él una vez), quien tuvo que enfrentar la oposición más dura cuando se enamoró de un joven periodista francés, Lissagray, el primer historiador de la Comuna de París. (Londres estaba repleto de exiliados franceses después de 1871). Las relaciones entre padre e hija se amargaron durante varios años.
Eleanor quería ser actriz, y un club de lectura de Shakespeare solía reunirse en Maitland Road. Uno de sus miembros describe a Marx así:
Como parte del público era encantador, nunca criticaba, siempre participando en el espíritu de alguna diversión que se produjera, riendo cuando algo le resultaba particularmente cómico, hasta que las lágrimas corrían por sus mejillas: el más viejo en años, pero en espíritu tan joven como cualquiera de nosotros.
Las cosas cambiaron en 1881. La familia Longuet se mudó a París. Marx echaba de menos a sus nietos terriblemente. Y fue en esta época que a Jenny le diagnosticaron cáncer incurable en el hígado. Marx mismo tenía bronquitis. Eleanor recuerda:
Fue un periodo terrible. Nuestra querida madre yacía en el cuarto grande del frente, y Moor en el cuarto pequeño de atrás. Y los dos, que han estaban tan acostumbrados el uno al otro, tan cerca el uno del otro, no podían siquiera estar en el mismo cuarto... Nunca olvidaré la mañana en que él se sintió lo suficiente fuerte como para ir al cuarto de mamá. En ese momento fueron jóvenes de nuevo: ella una muchacha y él un joven amante, ambos en el umbral de la vida, no un viejo devastado por la enfermedad y una vieja agonizante que se separaban para siempre.
El 2 de diciembre de 1881 murió Jenny Marx.
Engels dijo a Eleanor: "Moor está muerto también". Marx visitó la ciudad árabe de Argel y a los Longuet en París, refugiándose en "el ruido de los niños, ese 'mundo microscópico' que es mucho más interesante que el 'macroscópico", y fue con Laura al área de Vevey en Suiza. Regresó a Gran Bretaña –en la isla de Wight pescó un resfriado– sólo para enterarse de la muerte de su hija Jenny a la edad de 38 años. El 14 de marzo de 1883, Engels visitó la casa de Maitland Road y encontró "la casa en llanto. Parecía que se acercaba el fin". Cuando Engels y Helene Demuth subieron a ver a Marx, supieron que había muerto mientras dormía. Engels escribió la noticia a Friedrich Sorge: "La humanidad es más corta por una cabeza, y esa es la cabeza más grande de nuestra época".

Marx y los marxismos

Francisco Fernández Buey
Prólogo de Marx (sin ismos)
Los Libros de El viejo topo Barcelona, 2ª ed., 1999

I
Karl Marx ha sido, sin duda, uno de los faros intelectuales del siglo XX. Muchos trabajadores llegaron a entender, a través de la palabra de Marx, al menos una parte de sus sufrimientos cotidianos, aquella que tiene que ver con la vida social del asalariado. Muchos obreros, que apenas sabían leer, le adoraron. En su nombre se han hecho casi todas las revoluciones político-sociales de nuestro siglo. En nombre de su doctrina se elevó también la barbarie del stalinismo. Y contra la doctrina que se creó en su nombre se han alzado casi todos los movimientos reaccionarios del siglo XX.
El siglo acaba. Prácticamente toda forma de poder que haya navegado durante estos cien años bajo la bandera del comunismo ha muerto ya. No sabemos todavía lo que darán de sí las "revoluciones pasivas" de este final del siglo XX, que han nacido del temor al espectro del comunismo y del horror que produjo la conversión de la doctrina comunista en Templo. Sería presuntuoso anticipar lo que se dirá en el siglo XXI sobre esta parte de la historia del siglo XX.
Pero una cosa parece segura: en el siglo XXI, cuando se lea a Marx, se le leerá como se lee a un clásico.
A veces se dice: los clásicos no envejecen. Pero eso es una impertinencia: los clásicos también envejecen. Aunque, ciertamente, de otra manera. Un clásico es un autor cuya obra, al cabo del tiempo, ha envejecido bien (incluso a pesar de sus devotos, de los templos levantados en su nombre o de los embalsamamientos académicos).
Marx es un clásico. Un clásico interdiciplinario. Un clásico de la filosofía mundanizada, del periodismo fuerte, de la historiografía con ideas, de la sociología crítica, de la teoría política con punto de vista. Y, sobre todo, un clásico de la economía que no se quiere sólo crematística. Contra lo que se dice a veces, no fue Marx quien exaltó el papel esencial de lo económico en el mundo moderno. Él tomó nota de lo que estaba ocurriendo bajo sus ojos en el capitalismo del siglo XIX. Fue él quien escribió que había que rebelarse contra las determinaciones de lo económico. Fue él quien llamó la atención de los contemporáneos sobre las alienaciones implicadas en la mercantilización de todo lo humano. Leen a Marx al revés quienes reducen sus obras a determinismo económico. Como leyeron a Maquiavelo al revés quienes sólo vieron en su obra desprecio de la ética en favor de la razón de Estado.

II
Marx no cabe en ninguno de los cajones en que se ha dividido el saber universitario en este fin de siglo. Pero está siempre ahí, al fondo, como el clásico con el que hay que dialogar y discutir cada vez que se abre uno de estos cajones del saber clasificado: economía, sociología, historia, filosofía.
Cuando uno entra en la biblioteca de Marx la imagen con la que sale es la de que allí vivió y trabajó un "hombre del Renacimiento". Tal es la diversidad de temas y asuntos que le interesaron. Y eso que lo que él llamaba "la ciencia", su investigación socioeconómica de las leyes o tendencias del desarrollo del capitalismo, la hizo, casi toda, en una biblioteca que no era la suya: la del Museo Británico.
Una obra que no cabe en los cajones clasificatorios de nuestros saberes es siempre una obra incómoda y problemática. Y ante ella hay dos actitudes tan típicas como socorridas. Una es la de los devotos. Consiste en proclamar que el Verdadero y Auténtico Saber es, contra las clasificaciones establecidas por la Academia, el de Nuestro Héroe. La otra actitud consiste en agarrarse a los cajones y despreciar el saber incómodo, como diciendo: "si alguien no ha sido filósofo profesional, ni economista matemático, ni sociólogo del ramo, ni historiador de archivos, ni neutral teorizador de lo político, es que no es nada, o casi nada".
La primera actitud convierte al clásico en un santo de los que ya en su tierna infancia se abstenían de mamar los primeros viernes (aunque sea un santo laico). La segunda actitud ningunea al clásico y recomienda a los jóvenes que no pierdan el tiempo leyéndolo (aunque luego éstos acaben revisitándolo casi a escondidas).
Si el clásico tiene que ver, además, con la lucha de clases y ha tomado partido en ella, como es el caso, la cosa se complica. Pues los hagiógrafos convertirán la Ciencia de Nuestro Héroe en Templo y los académicos le imputarán la responsabilidad por toda villanía cometida en su nombre desde el día de su muerte. Por eso, y contra eso, Bertolt Brecht, que era de los que hacen pedagogía desde la Compañía Laica de la Soledad, pudo decir con razón: Se ha escrito tanto sobre Marx que éste ha acabado siendo un desconocido.
¿Y qué decir de un conocido tan desconocido sobre el que se ha dicho ya de todo y todo lo contrario?
Pues, una vez más, que lo mejor es leerlo. Como si no fuera de los nuestros, como si no fuera de los vuestros. Como se lee a cualquier otro clásico cuyo amor el propio Marx compartió con otros que no compartían sus ideas: a Shakespeare, a Diderot, a Goethe, a Lessing, a Hegel. Tratándose de Marx, y en este país en el que estamos, conviene precisar: leerlo, no "releerlo", como se pretende aquí siempre que se habla de los clásicos. Porque pare releer de verdad a un clásico hay que partir de una cierta tradición en la lectura. Y en el caso de Marx, aquí, entre nosotros, no hay apenas tradición. Sólo hubo un bosquejo, el que produjo Manuel Sacristán hace ahora veintitantos años. Y ese bosquejo de tradición quedó truncado. Hablando de Marx, casi todo lo demás han sido lecturas fragmentarias e intermitentes, lecturas instrumentales, lecturas a la búsqueda de citas convenientes, lecturas traídas o llevadas por los pelos para acogotar con ismos a los otros o para demostrar al prójimo, con otros ismos, que tiene que arrepentirse y ponerse de rodillas ante eso que ahora se llama Pensamiento Único.
Marx sin ismos, pues. Tal es la intención de este libro: entender a Marx sin los ismos que se crearon en su nombre y contra su nombre.

III
Karl Marx fue un revolucionario que quiso pensar radicalmente, yendo a la raíz de las cosas. Fue un ilustrado crepuscular: un ilustrado opuesto a toda forma de despotismo, que siendo, como era, lector asíduo de Goethe y de Lessing, nunca pudo soportar el dicho aquel de todo para el pueblo pero sin el pueblo. Karl Marx fue un ilustrado con una acentuada vena romántica, en muchas cosas emparentado con el poeta Heine, pero que nunca se dejó llamar "romántico" porque le producía malestar intelectual el sentimentalismo declamatorio y añorante.
Karl Marx fue, de joven, un liberal que, con la edad y viendo lo que pasaba a su alrededor (en la Alemania prusiana, en la Francia liberal y en el hogar clásico del capitalismo) se propuso dar forma a la más importante de las herejías del liberalismo político del siglo XIX: el socialismo.
Karl Marx se hizo socialista y quiso convencer a los trabajadores de que el mundo podía cambiar de base, de que el futuro sería socialista, porque en el mundo que le tocó vivir (el de las revoluciones europeas de 1848, el de la liberación de los siervos en Rusia, el de las luchas contra el esclavismo, el de la guerra franco-prusiana, el de la Comuna de París, el de la conversión de los EE.UU. de Norteamérica en potencia económica mundial) no había más remedio que ser ya --pensaba él-- algo más que liberales.
Desde esa convicción, la idea central que Marx legó al siglo XX se puede expresar así: el crecimiento espontáneo, supuestamente "libre", de las fuerzas del mercado capitalista desemboca en concentración de capitales; la concentración de capitales desemboca en el oligopolio y en el monopolio; y el monopolio acaba siendo negación no sólo de la libertad de mercado sino también de todas las otras libertades. Lo que se llama "mercado libre" lleva en su seno la serpiente de la contradicción: una nueva forma de barbarie. Rosa Luxemburg tradujo plásticamente esta idea a disyuntiva: socialismo o barbarie.

IV
Como Marx era muy racionalista, como aspiraba siempre a la coherencia lógica y como se manifestaba casi siempre con mucha contundencia apasionada, no es de extrañar que su obra esté llena de contradicciones y de paradojas. Y como usaba mucho en sus escritos la metáfora aclaradora y abusaba de los ejemplos, tampoco es de extrañar que algunos de los ejemplos que puso para ilustrar sus ideas se le hayan vengado y que no pocas de sus metáforas se le hayan vuelto en contra. Así es el mundo de las ideas.
Algunas de esas contradicciones llegó a verlas él mismo. Una de ellas, la más honda, la menos formal, las más personal, la vió incluso con cierto humor negro: "Nunca se ha escrito tanto sobre el capital --dijo el autor de El capital-- careciendo de él hasta tal punto". Otras de esas contradicciones le hicieron sufrir hasta el final de su vida. Él, que no pretendió construir una filosofía de la historia, y que así lo escribió en 1874, tuvo que ver cómo la forma y la contundencia que había dado a sus afirmaciones sobre la historia de los hombres hicieron que, ya en vida, fuera considerado por sus seguidores sobre todo como un filósofo de la historia. Él, que despreciaba todo dogmatismo, que tenía por máxima aquello de que hay que dudar de todo y que presentaba la crítica precisamente como forma de hacer entrar en razón a los dogmáticos, todavía tuvo tiempo de ver cómo, en su nombre, se construía un sistema filosófico para los que no tienen duda de nada y se exaltaba su método como llave maestra para abrir las puertas de la explicación de todo.

V
Este Marx (sin ismos) tiene algo de paradójica grandeza y de conficto interior no asumido. Creyó que la razón de su vida era dar forma arquitectónica a la investigación científica de la sociedad, pero dedicó meses y meses a polemizar con otros sobre asuntos políticos que hoy nos parecen menores. Creyó que la historia avanza dialécticamente por su lado malo (e incluso por su lado peor), y tal vez acertó en general, pero no pudo o no supo prever que la verdad concreta, inmediata, de esa razón fuera a ser otra forma de barbarie. ¿Acaso podemos, entre humanos, hablar de progreso tan en general?
Karl Marx amó tanto la razón ilustrada que se propuso, y propuso a los demás, un imposible: hacer del socialismo (o sea, de un movimiento, de un ideal) una ciencia. Hoy, cuando el siglo acaba, nos preguntamos si no hubiera sido mejor conservar para eso el viejo nombre de utopía, seguir llamando al socialismo como lo llamaban el propio Marx y sus amigos cuando eran jóvenes: pasión razonada o razón apasionada. Pero en un siglo tan positivista y tan cientificista como el que Marx maduro inauguraba tampoco podía resultar extraño identificar la ciencia con la esperanza de los que nada tenían. Hasta es posible que por eso mismo, por esa identificación, los de abajo le amaran luego tanto. Y es seguro que por eso casi todos los poderosos le odiaron y aún le odian (cuando no se quedan con su ciencia y rechazan su política).

VI
Marx quería el comunismo, claro está, pero no lo quería crudo, nivelador de talentos, pobre en necesidades; aunque su tono a veces profético, como el del trueno, parecía negar el epicúreo que había en él. ¿Será el escándalo moral que produce la observación de las desigualdes sociales lo que hace proféticos a los epicúreos? Sea como fuere, Marx estableció sin pestañear que la violencia es la comadrona de la historia en tiempos de crisis; pero al mismo tiempo criticó sin contemplaciones la pena de muerte y otras violencias. Marx postuló que la libertad consiste en que el Estado deje de ser un órgano superpuesto a la sociedad para convertirse en órgano subordinado a ella, aunque al mismo tiempo creyó necesaria la dictadura del proletariado para llegar al comunismo, a la sociedad de iguales.
Marx, el Marx que se leerá en el siglo XXI, nunca hubiera llegado a imaginar que un día, en un país lejano cuya lengua quiso aprender de viejo sería objeto de culto cuasirreligioso en nombre del comunismo, o que en otro país, aún más lejano, y del que casi nada supo, se le compararía con el sol rojo que calienta nuestros corazones . Pero aquel tono profético con el que a veces trató de comunicar su ciencia a los de abajo tal vez implicaba eso. O tal vez no. Quizás el que esto haya ocurrido fue sólo la consecuencia de la traducción de su pensamiento a otras lenguas, a otras culturas. Toda traducción es traición. Y quien traduce para muchos traiciona más.

VII
Marx sin ismos, digo. Pero ¿es eso posible? Y ¿no será eso desvirtuar la intención última de la obra de Marx? ¿Se puede separar a Marx de lo que han sido el marxismo y el comunismo modernos? ¿Acaso se puede escribir sobre Marx sin tener en cuenta lo que han sido los marxismos en este siglo? ¿No fue precisamente la intención de Marx fundar un ismo, ese movimiento al que llamamos comunismo? ¿Y no es precisamente esta intención, tan explícitamente declarada, lo que ha diferenciado a Marx de otros científicos sociales del siglo XIX?
Para contestar a esas preguntas y justificar el título de este libro hay que ir por partes. Marx fue crítico del marxismo. Así lo dejó escrito Maximilien Rubel en el título de una obra importante aunque no muy leída. Rubel tenía razón. Que Marx haya pretendido fundar una cosa llamada marxismo es más que dudoso. Marx tenía su ego, como todo hijo de vecino, pero no era Narciso. Es cierto, en cambio, que mientras Marx vivió había algunos que le apreciaron tanto como para llamarse a sí mismos marxistas. Pero también lo es que él mismo dijo aquello de "yo no soy marxista".
Con el paso del tiempo y la correspondiente descontextualización, esta frase, tantas veces citada, ha ido perdiendo el significado que tuvo en boca de quien la pronunció. Escribir sobre Marx sin ismos es, pues, para empezar, restaurar el sentido originario de aquel decir de Marx. Restaurar el sentido de una frase es como volver a dar a la pintura los colores que originalmente tuvo: leerla en su contexto. Cuando Marx dijo a Engels, al parecer un par de veces, entre 1880 y 1881, ya en su vejez, "yo no soy marxista", estaba protestando contra la lectura y aprovechamiento que por entonces hacían de su obra económica y política gentes como los "posibilistas" y guesdistas franceses, intelectuales y estudiantes del partido obrero alemán y "amigos" rusos que interpretaban mecánicamente El capital.
Por lo que se sabe de ese momento, a través de Engels, Marx dijo aquello riendo. Pero más allá de la broma queda un asunto serio: a Marx no le gustaba nada lo que empezaba a navegar entre los próximos con el nombre de marxismo. Por supuesto, no podemos saber lo que hubiera pensado de otras navegaciones posteriores. Pero lo que sabemos da pie a restaurar el cuadro de otra manera. No querría engañar a nadie: hacer de restaurador tiene algunos peligros, el principal de los cuales es que, a veces, uno se inventa colores demasiado vivos que tal vez no eran los de la paleta del pintor, sino los que aman nuestros ojos. Tratándose de texto escrito pasa algo parecido. Pero afrontar ese riesgo vale la pena. Y afrontarlo no tiene por qué implicar necesariamente declarase marxista. Esa es otra cuestión. No hay por qué entrar en ella aquí. De la seria broma del viejo Marx sólo pueden deducirse razonablemente dos cosas. Primera: que al decir "yo no soy marxista" el autor de la frase no pretendía descalificar a la totalidad de sus seguidores ni, menos aún, renunciar a sus ideas o a influir en otros. Y segunda: que para leer bien a Marx no hace falta ser marxista. Quien quiera serlo hoy tendrá que serlo, como pretendía el dramaturgo alemán Heine Muller, necesariamente por comparación con otras cosas. Y con sus propios argumentos.

VIII
Queda todavía la otra pregunta: ¿se puede escribir hoy en día sobre Marx sin entrar en el tema de su herencia política, es decir, haciendo caso omiso de lo que ha sido la historia del comunismo en el siglo XX? Mi contestación a esa pregunta es: no sólo se puede(pues, obviamente, hay quien lo hace), sino que se debe. Se debe distinguir entre lo que Marx hizo y dijo como comunista y lo que dijeron e hicieron otros, a lo largo del tiempo, en su nombre. Querría argumentar esto un poco.
La prostitución del nombre de la cosa de Marx, el comunismo moderno, no es ya responsabilidad de Marx. Mucha gente piensa que sí lo es e ironiza ahora sobre que Marx debería pedir perdón a los trabajadores. Yo pienso que no. Diré por qué. Las tradiciones, como las familias, crean vínculos muy fuertes entre las gentes que viven en ellas. La existencia de estos vínculos fuertes tiene casi siempre como consecuencia el olvido de quién es cada cual en esa tradición: las gentes se quedan sólo con el apellido de la familia, que es lo que se transmite, y pierden el nombre propio. Esto ha ocurrido también en la historia del comunismo. Pero de la misma manera que es injusto culpabilizar a los hijos que llevan un mismo apellido de delitos cometidos por sus padres, o viceversa, así también sería una injusticia histórica cargar al autor del Manifiesto comunista con los errores y delitos de los que siguieron utilizando, con buena o mala voluntad, su apellido.
Seamos sensatos por una vez. A nadie se le ocurriría hoy en día echar sobre los hombros de Jesús de Nazaret la responsabilidad de los delitos cometidos a lo largo de la historia por todos aquellos que llevaron el apellido de cristianos, desde Torquemada al General Pinochet pasando por el General Franco. Y, con toda seguridad, tildaríamos de sectario o insensato a quien pretendiera establecer una relación causal entre el Sermón de la Montaña y la Inquisición romana o española. No sé si en el siglo XVI alguien pensó que Jesús de Nazaret tenía que pedir perdón a los indios de América por las barbaridades que los cristianos europeos hicieron con ellos en el nombre de Cristo. Sólo conozco a uno que, con valentía, escribió algo parecido a esto. Pero ese alguien no dijo que el que tuviera que pedir perdón fuera Jesús de Nazaret; dijo que los que tenían que hacerse perdonar por sus crímenes eran los cristianos mandamases contemporáneos.
¿Comparaciones odiosas? No conozco otra forma más ecuánime de hacer historia de las ideas. Eso lo aprendí de Isaac Berlin, con cuya obra sobre Karl Marx, muy conocida, discuto en este libro, precisamente porque en este caso Berlin no me parece ecuánime y porque discutiendo con los maestros se aprende.
Y, puesto ya a las comparaciones odiosas, añadiré que también hay algo que aprender de la restauración historiográfica reciente de la vida y los hechos de Jesús de Nazaret, a saber: que ha habido otros evangelios, además de los canónicos, y que el estudio de la documentación descubierta al respecto en los últimos tiempos (desde los evangelios gnósticos a algunos de los Manuscritos del Mar Muerto) muestra que tal vez esas otras historias de la historia sagrada estaban más cerca de la verdad que la Verdad canonizada. En esa odiosa comparación me he inspirado para leer a Marx a través de los ojos de tres autores que no fueron ni comunistas ortodoxos, ni marxistas canónicos, ni evangelistas: Korsch, Rubel y Sacristán. Hay varias cosas que diferencian la lectura de Marx que hicieron estos tres. Pero hay otras, sustanciales para mí, en las que coinciden: el rigor filológico, la atención a los contextos históricos y la total ausencia de beatería no sólo en lo que respecta a Marx sino también en lo que atañe a la historia del comunismo. También ellos hubieran podido decir (y, de hecho, lo dijeron a su manera) que no eran marxistas. Y, sin embargo, pocas lecturas de Marx seguirán siendo tan estimulantes como las que ellos hicieron.

IX
Recupero ahora el final del punto primero de este escrito para concluir sobre la relación entre Marx y el comunismo moderno.
No sólo me parece presuntuoso, sino manifiestamente falso, deducir de la desaparición del comunismo como Poder la muerte de toda forma de comunismo. Concluir tal cosa ahora, en 1998, es un contrafáctico, es una afirmación contra los hechos: en el mundo sigue habiendo comunistas, personas, partidos y movimientos que se llaman así. Los hay en Europa y en América, en Africa y en Asia. Nuestros medios de comunicación, que han publicado numerosísimas reseñas del Libro negro del comunismo, apenas si se han fijado en ello, pero, con motivo del 150 aniversario de la aparición del Manifiesto Comunista, este mismo año se reunieron en París mil seiscientas personas, llegadas de Asia y de Africa, de las dos Américas y de todos los rincones de Europa, que coincidían en esto: la idea de comunismo sigue viva en el mundo. Tampoco es habitual ahora tener en cuenta la opinión de historiadores, filósofos y literatos que, como el ruso Alexander Zinoviev o el italiano Giorgio Galli, hacen hoy la defensa del comunismo, del otro comunismo, sin ser comunistas y después de haber cantado en décadas pasadas verdades como las del lucero del alba que les valieron la acusación de anticomunistas. Son los otros ex-, de los que casi nunca se habla, los que cambiaron de otra manera porque atendieron, contra la corriente, a las otras verdades.
Antes de ofrecerse como fiscal para la práctica, tan socorrida, de los juicios sumarísimos en los que, por simplificación, se mete en un mismo saco a las víctimas con los victimarios conviene ponerse la mano en corazón y preguntarse, sin prejuicios, por qué, como decía el título de una película irónica, hay personas que no se avergüenzan de haber tenido padres comunistas, por qué, a pesar de todo, sigue habiendo comunistas en un mundo como en el nuestro.
Si sigue habiendo comunistas en este mundo es porque el comunismo de los siglos XIX y XX, el de los tatarabuelos, bisabuelos, abuelos y padres de los jóvenes de hoy, no ha sido sólo poder y despotismo. Ha sido también ideario y movimiento de liberación de los anónimos por antonomasia. Hay un Libro Blanco del comunismo que está por reescribir. Muchas de las páginas de ese Libro, hoy casi desconocido para los más jóvenes, las bosquejaron personas anónimas que dieron lo mejor de sus vidas en la lucha por la libertad en países en los que no había libertad; en la lucha por la universalización del sufragio en países en los que el sufragio era limitado; en la lucha en favor de la democracia en países donde no había democracia; en la lucha en favor de los derechos sociales de la mayoría donde los derechos sociales eran ignorados u otorgados sólo a una minoría. Muchas de esas personas anónimas, en España y en Grecia, en Italia y en Francia, en Inglaterra y en Portugal, y en tantas otras partes del mundo, no tuvieron nunca ningún poder ni tuvieron nada que ver con el estalinismo, ni oprimieron despóticamente a otros semejantes, ni justificaron la razón de Estado, ni se mancharon las manos con la apropiación privada del dinero público.
Al decir que el Libro Blanco del comunismo está por reescribir no estoy proponiendo la restauración de una vieja Leyenda para arrinconar o hacer olvidar otras verdades amargas contenidas en los Libros Negros. No es eso. Ni siquiera estoy hablando de inocencia. Como sugirió Brecht en un poema célebre, tampoco lo mejor del comunismo del siglo XX, el de aquellos que hubieran querido ser amistosos con el prójimo, pudo, en aquellas circunstancias, ser amable. La historia del comunismo del siglo XX tiene que ser vista como lo es, como una tragedia. El siglo XX ha aprendido demasiado sobre el fruto del árbol del Bien y del Mal como para que uno se atreva ahora a emplear la palabra "inocencia" sin más. Hablo, pues, de justicia. Y la justicia es también cosa de la historiografía.

X
¿Qué historiografía se puede proponer a los más jóvenes? ¿Cómo enlazar la biografía intelectual de Karl Marx con las insoslayables preocupaciones del presente? Estas son preguntas que se pueden tomar como un reto intelectual hoy en día.
Tal vez la mejor manera de entender a Marx desde las preocupaciones de este fin de siglo no pueda ser ya la sencilla reproducción de un gran relato lineal que siguiera cronológicamente los momentos claves de la historia de Europa y del mundo en el siglo XX como en una novela de Balzac o de Tólstoi. Durante mucho tiempo esa fue la forma, vamos a decirlo así, "natural", de comprensión de las cosas; una forma que cuadraba bien con la importancia colectivamente concedida a las tradiciones culturales y, sobre todo, a la transmisión de las ideas básicas de generación en generación. Pero seguramente ya no es la forma adecuada. El gran relato lineal no es ya, desde luego, lo habitual en el ámbito de la narrativa. Y es dudoso que pueda seguir siéndolo en el campo de la historiografía cuando la cultura de las imágenes fragmentadas que ofrecen el cine, la televisión y el vídeo ha calado tan hondamente en nuestras sociedades. El posmodernismo es la etapa superior del capitalismo y, como escribió John Berger con toda la razón, "el papel histórico del capitalismo es destruir la historia, cortar todo vínculo con el pasado y orientar todos los esfuerzos y toda la imaginación hacia lo que está a punto de ocurrir". Así ha sido. Y así es.
Y si así ha sido y así es entonces a quienes se han formado ya en la cultura de las imagenes fragmentadas hay que hacerles una propuesta distinta del gran relato cronológico para que se interesen por lo que Marx fue e hizo; una propuesta que restaure, mediante imágenes fragmentarias, la persistencia de la centralidad de la lucha de clases en nuestra época entre los claroscuros de la tragedia del siglo XX.
Imaginemos una cinta sin fin que proyecta ininterrumpidamente imágenes sobre una pantalla. En el momento en que llegamos a la proyeccción una voz en off lee las palabras del epílogo histórico a Puerca tierra de John Berger. Son palabras que hablan de tradición, supervivencia y resistencia, del lento paso desde el mundo rural al mundo de la industria, de la destrucción de culturas por el industrialismo y de la resistencia social a esa destrucción. Estas palabras introducen la imagen de la tumba de los Marx en el cementerio londinense presidida por la gran cabeza de Karl, según una secuencia de la película de Mike Leigh Grandes ambiciones en la que el protagonista explica, en la Inglaterra thatcheriana, "cuando los obreros se apuñalan a sí mismos por la espalda", por qué fue "grande" aquella cabeza. La secuencia acaba con un plano que va de los ojos del protagonista a lo alto del busto marmóreo de Marx mientras la protagonista, a quien va dirigida la explicación, se interesa por las siemprevivas del cementerio ( "y tuvimos que mirar la naturaleza con impaciencia", dice Brecht a los por nacer; "en casa siempre tengo siemprevivas", dice la protagonista de la película de Leigh).
La explicación de la grandeza de Marx por el protagonista de Grandes ambiciones enlaza bien con la reflexión de Berger y permite pasar directamente a la secuencia final de La tierra de la gran promesa de A. Wajda, la de la huelga de los trabajadores del textil en Lodz, que sintetiza en toda su crudeza las contradicciones del tránsito sociocultural del mundo rural al mundo de la industria en la época del primer capitalismo salvaje. Entre el Lodz de Wajda y el Londres de Leigh hay cien años de salvajismo capitalista. Vuelve la imagen de Marx en el cementerio londinense. Pero en la cinta sin fin hemos montado, sin solución de continuidad, otra imagen: la que inicia la larga secuencia de La mirada de Ulises de Angelopoulos con el traslado de una gigantesca estatua de Lenin en barcaza por el Danubio.
Es esta una de las secuencias más interesantes del cine europeo de la última década, por lo que dice y por lo que sugiere. Presenciamos, efectivamente, el final de un mundo, una historia que se acaba: el símbolo del gran mito del siglo XX navega ahora de Este a Oeste por el Danubio para ser vendido por los restos de la nomenklatura a los coleccionistas del capitalismo vencedor en la tercera guerra mundial. Es una secuencia lenta y larga, de final incierto, que se queda para siempre en la retina de quien la contempla. La cortamos, de momento, para introducir otra. Estamos viendo ahora la secuencia clave de Underground de Emir Kusturica: la restauración del viejo mito platónico de la caverna como parábola de lo que un día se llamó "socialismo real". El intelectual burócrata ha conseguido hacer creer al héroe de la resistencia antinazi, en el subterráneo, que la vida sigue igual, que la resistencia antinazi continúa, y maneja los hilos de la historia como en un gran guiñol mientras un personaje secundario, pero esencial, repite, entre charangas y esperpentos, una sola palabra: "la catástrofe".
Ninguna otra imagen ha explicado mejor, y con más verdad, que esta de Kusturica, el origen de la catástrofe del "socialismo real". Hay muchas cosas importantes en esta película en la que los simples sólo ven ideología proserbia. Pero fragmentamos Underground para volver a La mirada de Ulises, ahora con otra verdad a cuestas, la del pecado original del "socialismo real". La barcaza sigue deslizándose por el Danubio con la gigantesca estatua de Lenin también fragmentada. Lo hace lentamente, muy lentamente. Desde la orilla del gran río las gentes la acompañan, expectantes unos, en actitud de respeto religioso otros, seguramente asombrados los más. Da tiempo a pensar: el mundo de la gran política ha cambiado; una época termina; pero no es el final de la historia: las viejas costumbres persisten en el corazón de Europa. Tal vez no todo era caverna en aquel mundo. Cae la noche y la gran barcaza con su estatua de Lenin montada para ser vendida enfila la bocana del puerto fluvial. Cortamos la secuencia al caer la noche. Donde antes estaba el Danubio está ahora el Adriático, hay ahora otro barco, el Partizani: es la secuencia final de Lamerica de Gianni Amelio con la imagen, impresionante, del barco atestado de albaneses pobres que huyen hacia Italia mientras el capitalismo vuelve, gozoso, a sus negocios y nuestro protagonista ha conocido un nuevo corazón de las tinieblas. Premonición de lo que no había de ser el hegeliano Final de la Historia sino el comienzo de otra historia, por lo demás muy parecida a las otras historia de la Historia.
Cinta sin fin. Otra vez las palabras de Berger, la cabeza de Marx en el cementerio londinense, la gran estatua de Lenin navegando, lenta, muy lentamente, por el Danubio. ¿Llega realmente a su destino? Puede haber pensamiento en la fragmentación: la explicación de Leigh en Grandes ambiciones, que se repite: "Era un gigante. Lo que él [Marx] hizo fue poner por escrito la verdad. El pueblo estaba siendo explotado. Sin él no habría habido sindicatos, ni estado del bienestar, ni industrias nacionalizadas....". Lo dice un trabajador inglés de hoy que, además (y eso importa) no quiere rollos ideológicos ni ama los sermones. Y tampoco es la suya la última palabra. La cinta sigue. Cinta sin fin.
En esa cinta está Marx. Ha habido muchas cosas en el mundo que no cupieron en la cabeza de Marx. Cosas que no tienen que ver con la lucha de clases. Cierto. Pero de la misma manera que nunca se entenderá lo que hay en el Museo del Prado sin la restauración historiográfica de la cultura cristiana tampoco se entenderá el gran cine de nuestra época, el cine que habla de los grandes problemas de los hombres anónimos, sin haber leído a Marx. Sin ismos, por supuesto.